Impresión
Rubén Darío Ramírez Arroyave
Las palabras fluían en la red de manera colosal. Las letras iban y venían, se comunicaban entre sí de modo que todo era armónico, tal vez creíble y razonable.
Hasta que un día la red se interrumpió. Todas las palabras se mezclaron en el disco duro como si quisieran enclaustrarse y no salir nunca más, ni ser promulgadas: Los te amo se confundían con las suplicas de amoríos extraños y perversos. Los lamentos por la crisis, los idílicos amores de una media noche trastocados en versos asonantes sin sentido. Borges y miles de citas descomunales camufladas en las líneas que deseaban ser oídas por algún intérprete en el mundo que quisiera cobijarlo en su sentido irreflexivo.
Las solicitudes eróticas se confluían en la más oscuras de los requerimientos, besos virtuales y sexo derramado en toda su hondura que se aunaba con las oraciones pías y magnánimas que suplicaban la justicia de Dios para esta humanidad. Todo se hermanaba, la matrix estaba colmada de reclamos y de dudas, de canciones que contenían letras adoloridas y otras ininteligibles. Poesías baratas y fragmentos de Homero que se ajustaban en un pleito de personajes habitantes de Macondo e Ítaca: la disputa entre Úrsula Iguarán casi ciega que no permitía la intervención de esos dioses avasalladores que ahora querían imponer su voluntad sobre sus hijos y toda esa generación de la cual ella era la única capaz de visionar y de arraigar esa realidad mágica y profunda.
Pietro Crespi ante el rechazo de Amaranta tomó posesión de la locura de Hamlet y representaba en la conexión de los cableados de la matriz las líneas poéticas descarnadas de esa monomanía del alma que no se explica sino con la poesía, esa maldición de los dioses que encierra todo el placer que solo se explica mediante actos de demencia.
Y así todas las fabulas y las metáforas de la literatura se mezclaban, se concertaban en una estética profunda y sublime, solo la palabra pudo trastocarlas y darles su sentido.
Las marañas de la historia adquirían color y movimiento en esas epopeyas que dejaban ver el sentido de las guerras, de las mil muertes y las mil asonadas contra el tiempo que perviven en la razón. En un acto de discordia los héroes de las aventuras pintorescas de las geografías y de las colonizaciones y de las vanguardias, se limitaron solo a dejarse desvanecer. Cansadas las heroínas dejaron de gritar a viva voz en las plazas públicas, como La Pola en Guaduas atada a las columna recibiendo en cada línea de texto disparos y disparos, vituperio tras vituperio…ahora en este tejemaneje computarizado ella descansa sublime en los brazos de los míticos aventureros que cruzaron territorios y que se dispusieron a llevarla por fin a ese terreno donde la historia por fin le diera su puesto y de cuya narrativa se construyera ese acto de enajenado valor para el mundo de hoy, donde ya la heroína es ese opio que adormece conciencias. Ella levantada por encima de su ser de guerrera adquirió en su figuración mistagógica el valor perenne dentro de las tramas de la historia y de la histeria. Se entregaba por fin libre al tiempo y permitía desde entonces no quedarse en la estatua en la plaza de su pueblo, ahora emigraría como Pocahontas al alcance de su destino.
Una mañana alguien encendió la computadora, vio en su fondo mil formas inexplicables que lo arrebataron en delirios místicos como Teresa de Ávila, en ese "vivo ya fuera de mi" él quiso detener ese éxtasis pero fue absorbido por ese mundo irracional. Se mezcló con la ficción y no supo nunca más con criterio separar la verdad de lo ficticio. Como remedios la bella fue elevado y transparentado por una palidez intensa, por el inmenso aire de la soledad donde ya su oficio de sacar fotocopias en la "copy center" de su universidad no bastaría para comprenderse en las tramas de su realidad.
Lo encontraron muerto con un libro entre sus manos y nunca se explicaron el motivo de esta escena tan magnánima para los ojos que presenciaron su magnífica despedida de este mundo de fantasía, donde iban y venían paginas al viento, que terminaron por arrancarlo un día de ese escenario, que ocultaba tras el velo de la desdicha.
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