Vejez
Rubén Darío Ramírez Arroyave
Me atiborro de todo lo que la vida en su exigua existencia me dilapida diariamente.
Me basta saber que existo, que soy piel o soy senil. Que soy una entre tantas otras. Que la vida es un espacio equiparado de recuerdos y de mentiras y de miedos. De vaguedad o de sinsabores.
Colgada aquí en este lecho, puesta a merced de la necesidad, ausculto todo lo que me posee y concibo que siempre fui portadora de inutilidades y fugacidades humanas.
Soy una más que vagué a tu lado por la denotada existencia que se me hacía para ti una miseria de escrúpulos dibujados de mentiras…sin embargo me sentía compadecida de tus suntuosidades absurdas.
Evoco todas las veces en que ambicioné - fuera de la exhibición a la que era sometida - salir airosa, contumaz, lujosa…pero ahora no soy nada. Soy un algo… despintada, despellejada por el paso de los años. Ella no me mira, no soy lucrativa para su vanidad eternizada en maquillajes extravagantes y finísimas costuras que le permiten pavonearse por la vida como una dama de alcurnia, como esa mujer de sociedad que todas las tardes fuma un cigarro en el balcón, esparce las cenizas por el viento y llora amargamente su destino.
En otros tiempos yo me figuraba que contenía toda su voluntad. Yo era la que le servía como una perra fiel. En mí disponía los fajos, en las perladas noches de su encanto; luego vagaba entre esa dicotomía irracional contenida en ese glamour y esa manera de verse así, mujer solitaria (…) cuya compañera viajaba con ella y le reducía los pañuelos donde depositaba lágrimas y mocos producto de sus innombrables fracasos.
Me usó, eso es todo… me siento sucia, cochina, miserable. Me pregunto ¿ahora qué quedará de mí? - ¿a dónde iré a parar? - ¿a una caneca de basura, a un patio donde la lluvia y el sol y el viento y la soledad me destruyan sin reparo?
No puede ser. Antes fui una hermosa hembra. Corría espoleada por el viento y el sol era mi encanto. Machos de todas las castas venían a verme, deseaban ser devorados por mi gusto. Pues mi tacto era suficiente para dejarlos mullidos. Frívolos e impotentes se marchaban dejándome con mi esencia de hembra vagabunda, que circundaba la selva, el valle, la montaña como si fuera la diosa de una creación pagana.
Un día fui arrebatada por un cazador furtivo que me apresó, me encerró meses en un lugar donde los aplausos pagaban mi sustento.
Quise huir un día, pero ese disparo me dejó derribada por el piso.
Luego vino la exhibición al público de mi piel añejada, tratada, decorada y pisoteada. ¡Qué asco!
Luego me sometieron a pasar por esas manos que fueron agregando, quitando, decorando, pintando hasta convertirme en una figura exquisita.
Exhibida en esa vitrina me perdía en tardes interminables viendo el cruce de las gentes que se mezclaban en sus rutinarios viajes de placeres y de compras de cosas inútiles, cosas que luego irían a la basura o a un cuartucho olvidado. Cuando tus ojos se posaron en mí, nuevamente reconocí el valor que tenía yo en la vida. Sabía bien que me llevarías y me harías tuya para siempre.
Me tuviste en tu casa, me amontonaste en tu lecho, me diste cobijo. Me cargaste en tu regazo como una madre que se ufana de exhibir su criatura.
Me poseías y contenías con todo. Conocía cada detalle de lo que llevas a tus viajes. Era tu sirvienta, tu mucama, tu dama de compañía. Un día en la feria de moda, viste esa que ahora anda contigo, desde entonces me dejaste como estoy ahora, tirada en el bote. Ya mi cierre se ha agrietado por la falta de uso. Ya mis correas se han ido desmadejando. Ya mi vaciedad se me torna insoportable. Me voy deshilando, abaratando, destruyendo. Todo un proceso: la muerte de la tigresa, la fama momentánea, la exquisitez y los viajes ahora tirados por el piso. Lo que mi dueña no sospecha es que yo me llevo con mi muerte la fábula de su vida contenida en mi memoria, ahora reemplazada en esa cartera de piel sintética que nunca tendrá ni la mitad de mi historia.
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