Seres
Rubén Darío Ramírez Arroyave
Cruzó las líneas del tiempo y en medio de su agonía recordaba la noche en que perdida en el espacio pisó por primera vez este planeta. Tenía la piel arrugada y la mirada perdida, su ser se extinguía en el lodo cuando sintió ese toque que le cautivó hasta el extremo de concebirse extrañamente humana.
La cargó él con delicadeza, la abrigó, la llevó a su lecho y la protegió como se protegen los tesoros por los que se ha sacrificado incluso la vida misma.
Pasados algunos días él recogía los sembrados, ella miraba las estrellas y entonces extrañaba su hogar. Pensaba de vez en vez que los humanos eran tan excepcionales que era casi imposible entender su manera de ser y de vivir. No entendía por ejemplo que todas las noches aquel hombre hurgara entre su entrepierna y tocara esa textura lisa e inútil que para ella solo era la curva que dividía sus articulaciones inferiores.
Tampoco comprendía por qué aquel sujeto le conectaba su saliva a su boca y ella como un ritual de respeto la bebía y la tragaba con cierto reparo…se le antojaba pensar que tal vez se trataba de una especie de veneno que venía de sus entrañas y que al contacto con sus propios ventrales le extinguirían su extraterrestrariedad… …sin embargo al pasar los días y no ver ningún efecto, todas las noches consumía toda especie de acuosidades que brotaban de distintas partes de aquel hombre misterioso que la llenaba de palabras mojadas y expresiones ininteligibles y sin sentido para su naturaleza.
Una mañana ella cansada de la rutina, tal vez esa que es universal, esa sensación de sentir que pasan las horas y se hacen interminables, eternas y vacías, ella quiso huir del lugar. Se detuvo ante el llamado del hombre que le exigía con ceño fruncido y palabra dura ese quédate ahí y no te muevas…eres mía y lo serás para siempre. Ella ante el asombro que antes desconocía por esa manera nueva de articular el hombre su dicción y su semblante…se lanzó sobre su piel y lo devoró en segundos.
Sació su hambre; y esa rutina que hasta entonces la había encarcelado en esas cuatro paredes de repente desapareció, lo mismo que ella en aquel bosque de imágenes y de formas. Hoy en esa estrella de donde un día salió por equivocación, se le escucha en su lenguaje andromeridiano relatarle a las criaturas que la atienden con asombro, que: había una vez un lejano planeta donde sus habitantes se adueñaban de los otros, para muchos de ellos lo único posible era el tedio o la costumbre, para otros en ocasiones la única vía de su libertad era la muerte.
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