Pública concurrencia
Chema D. Garrido
La verdad es que no sentimos el menor apuro porque la botella esté ahí, en una de las largas repisas de mármol, sobre la cafetera, del bar de nuestro amigo Pacho, qué cojones. Un bar tan vulgar y ordinario y de barrio como nosotros mismos, posiblemente. Pero a nadie, a nadie hace daño. Y él lo tiene claro, muy claro, y sus parroquianos también lo tenemos. Nadie está obligado a beber el agua con arsénico que contiene la botella. A los hombres y mujeres que vienen a tomarla tan sólo se les pide la mayoría de edad y que paguen la consumición, 2,5 euros el lingotazo, tampoco es tanto para tan largo viaje, ¿a qué no? "El más famoso de todos los venenos es un asesino muy discreto", escribió alguien, pero la verdad es que la voz se ha corrido por todo Madrid, y día sí día no, aparecen desde todos los barrios, de todas las clases sociales, edades y aspectos, la verdad, hombres y mujeres, aunque ellas con más frecuencia últimamente. Él sólo confirma la mayoría de edad, el pago de la consumición, y mientras el cliente se retuerce en el suelo él va llamando al Servicio de Urgencias 112, que es gratis, para que lo recojan. A veces tenemos que echarle una mano.
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