Flor nocturna
Antonio Marort
Fría era la mañana y una espesa niebla cubría esa parte del bosque, con dificultad los rayos del sol penetraban entre las ramas del oyamel y los pinos, con dificultad, la luz llegaba hasta la ventana de aquel ogro-filósofo; era como si él hubiese buscado el lugar idóneo entre el bosque para huir de la luz. No es que fuera un ogro como todos los ogros, ni tampoco algo especial entre la maleza, pues a diferencia de todos los demás, había logrado comprender el canto de aquella ave, que en el ocaso de cada día le visitaba; sin embargo no podía lograr ir más allá de la comprensión intelectual de aquellos luminosos cantos, triste, se refugiaba en su obscura choza.
Entiendo los sabios cantos de aquella ave, —se decía así mismo el ogro-filósofo, sentado frente a la higuera mientras le esperaba—, entiendo la felicidad y el dolor de las otras criaturas, mas no logró iluminar mi interior y sentirlas..
¡Cómo quieres lograrlo! —dijo una voz fuerte y cálida que provenía de entre el riachuelo—, ¿Cómo vas a sentir el canto luminoso del ave, si te has escondido en esta parte obscura del bosque? No es que la obscuridad se buena o mala, no —continuó hablando el pez—, pero la obscuridad es para esas críticas que han logrado radiar su luz y así poder iluminar estos rincones, como flores nocturnas que embellecen el bosque. Pero tú amigo ogro, no has logrado siquiera contener una chispa.
El silencio lo inundó todo y el pez continuo su nado...
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