Todos dormían, miró hacia fuera, no había mucha claridad, casi sin pensarlo se escabulló y salió. Solo era distinto, miro para delante y a los costados, todo estaba tranquilo, empezó a caminar por el sendero conocido, el que llegaba al agua; le pareció mas lejos que de costumbre, decidió correr, gozaba cuando lo hacía, no se acordó del tronco caído, al tropezar rodó cuesta abajo saliéndose del sendero, varios metros le costaron hasta lograr parar la caída. Elevó la cabeza y no distinguió algo conocido, un claro de luz llamó su atención un poco mas adelante, con cautela, casi con miedo se acercó, allí entre unos matorros verdes bastante altos un extraño conjunto de colores brillaban ayudados por el sol que ya apareció, se sentía fuerte a las primeras horas del nuevo día. No supo a que atenerse, nunca había topado con algo parecido. Sus dos patas como garfios lo sostenían sobre la rama, no se movía, esto le produjo cierta duda, algo raro resultaba esa cosa que lo miraba con ojos chicos pero directamente a los suyos. Dio unos pasos hacia el desconocido, sus pelos eran más largos que los suyos, distintos, de varios colores; al acercarse, dos manos o algo semejante se levantaron desde los costados del cuerpo del extraño, eran como hojas unidas, el sol se reflejó en ellas y un instante de pavor le obligó a retroceder unos pasos. Las supuestas manos, volvieron a su lugar, desaparecieron. Allí decidió no continuar con su curiosidad, y optó por buscar el lugar donde estaba el agua, necesitaba tomar.
A todo esto allí arriba los integrantes de la familia, ya en pie, comentaban preocupados la desaparición del mas travieso de los hermanitos. El jefe de familia anunció que saldría a buscarlo. Aceleró el paso y rápidamente llegó al agua, su hijo no estaba allí; sus vecinos, con los cuales compartían el pequeño arroyo, estaban en la costa contraria, los miró, busco entre ellos, pues ya ocurrió que el susodicho picarón logró llegar, a duras penas, al otro lado para jugar con los mas pequeños, aunque mayorcitos; no, tampoco estaba por allí. ¿Qué hacer, dónde buscar, quizás estaba herido? Decidió volver. Al llegar anunció, que saldrían todos y lo esperarían a lado del agua, tarde o temprano llegaría allí para saciar su sed, no dudaba de ello; y hacia allí encaminó el grupo familiar, padre, madre y los dos pequeños.
Los nervios lo mantenían muy alterado, nunca, hasta hoy, sintió tal sensación, solo, sin saber donde dirigirse; con seguridad su madre muy afligida, ni quiso imaginarse el recibimiento que le otorgaría su padre al volver, ¿volver? ¿cómo, por dónde?. Los árboles le parecieron mas grandes, en momentos creyó escuchar que se reían de él, inclusive lo tomó como que se burlaban. Camino largo rato, todo era desconocido, ningún detalle que lo pudiera ayudar, al deseo de tomar, tenía seca y pastosa la boca, ahora se agregó un hambre atroz. Unos voladores como aquellos que siempre revoloteaban cerca de su casa, aparecieron de improvisto, eran muchos, descendieron no lejos de él, empezaron a picotear el suelo, buscaban comida, tenían suerte, esas cosas chiquitas que les gustan hay por todos lados. No los espantó, como acostumbraba, los dejó tranquilos y supuso que después de comer, irían a tomar agua, como también él lo hacía; y así fue, al terminar levantaron y enfilaron hacia un costado, algunos iban mas lento, alcanzó a ver para donde iban, tuvo que correr, aquellos lo hacían rápido, por supuesto, allí arriba nada los molestaba, ramas caídas, piedras, muchos árboles todo le impedía avanzar como quisiera, la distancia aumentaba, y de pronto alcanzó a ver que bajaban y desaparecieron de su vista.
La familia aun aguardaba, los más pequeños acurrucados entre las patas de la madre. El jefe iba y venia, el atardecer estaba próximo, la noche al caer traería con ella serios problemas al rezagado. Era hora de volver, pero no se decidía. Su compañera mantenía silencio, no atinaba a emitir sonido alguno. Apareció una bandada de pequeños voladores, con seguridad a tomar agua antes de refugiarse entre los árboles para esperar la salida del sol. Si, así fue, bajaron en la costa opuesta. Unos instantes le fueron suficientes y partieron desapareciendo entre las ramas de sus amigos.
Como un bólido semejante a los blancos que caen de la montaña en la época en que el sol desaparece, lo vieron, pareciera que algo lo seguía de atrás para atraparlo, fue a su encuentro, el pequeño chocó contra el, y se desmoronó; estaba exhausto, la corrida, el miedo de perder a los voladores, acabaron con sus fuerzas. No atinó a explicar, nadie se lo pidió. Las primeras sombras acompañaron a la familia, ahora completa, en el sendero de regreso.
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