Hoy las calles se encuentran vacías.
A nadie se ve paseando o disfrutando de un buen desayuno, sentado en las coquetas mesas de la cafetería.
Desde mi posición observo el mar, tranquilo y rítmico. Respiro su aroma salino y me preparo para lo que me espera.
Las campanas de la iglesia repiquetean, es la hora.
Todos deben de estar allí, esperando. Y mientras me aproximo al lugar, siento mi pecho estremecerse.
Entro en la iglesia y todos me miran. Es un pueblo pequeño y conocen mi secreto, pero al igual que yo, callan.
El corazón me late con fuerzas, está ahí.
Me mira, le miro. Es tan atractivo… Sonríe y gira la cabeza hacia el altar. No quiere que lo vea llorar, pero lo adivino pues su corazón está fuertemente atado al mío.
Suena la Marcha Nupcial y comienzo a andar, despacio. Y con cada paso que doy me acerco más al altar y me alejo más de él.
Le quiero, le amo y lo sabe. Casi puedo rozarlo con mis dedos. Pero continúo caminando y lo dejo atrás, sentado el banco, sintiéndose morir. Viendo cómo entrego mi vida a otro.
Y le rompo el corazón.
Al igual que él me lo rompió a mí cuando me dijo que estaba casado.
Le quiero, le amo y lo sabe. Pero no voy a desperdiciar mi vida por él.
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