Resulta que, un día, Triquiñuelas y el Cuclillas, se fueron de excursión por las alcantarillas de los Madriles, sin tener ¡ni idea! de lo que se iban a encontrar por esos mundos de Dios.
Al Cuclillas, la ratoncita Catalina le hizo un buen bocata de tortilla, otro de queso, le puso en el zurrón unas manzanas, unas nueces y una botella de agua y al Triquiñuelas, la ratona Matildita que ya sabéis lo quería mucho, le preparó uno de chorizo, otro de jamón serrano, unas peras de agua bien envueltas en papel de aluminio, unas almendras y unas avellanas, y también la botella de agua bien fresquita. Y así, con sus mochilas y sus gorritas de visera, se fueron los dos a recorrer las alcantarillas madrileñas en las que había vivido el ratón Cuclillas antes de llegar al jardín de la Rosaleda.
Iban los dos muy contentos con mucho cuidado de que no los atropellara un coche y mientras hablaban del buen tiempo que hacía al Cuclillas se le ocurrió decir:
-¡Oye, Triqui! ¿Por qué no vamos a dar una vuelta por el Retiro? Así recordaré un poco mi infancia, cuando vivía allí con la familia… ¡ay qué recuerdos…!- dijo poniéndose un poco triste.
El saltamontes Triquiñuelas que ya le había cogido mucho cariño al Cuclillas, lo agarró por un hombro porque vio como se le llenaban los ojitos de lágrimas y le dijo:
-¡Venga…, anda Cucli… que ya pasó todo… no seas llorón que la vida es así… y en la Rosaleda todos te queremos mucho… y más ahora que tienes allí a tu mujer la ratoncita Catalina y a tus tres hijitas…Venga… tío… que no te pongas triste que me vas a hacer llorar a mí…!- y dándole un apretón, se fueron los dos camino del parque de El Retiro.
¡Bueno… bueno lo que disfrutaron…! ¡Buenoooo…! También pasaron un poco de miedo porque allí, en el parque, hay un sitio que conocía mucho el Cuclillas a donde tenía prohibido ir y que llamaban "la montaña de los gatos" porque era un rincón donde se reunían todos los gatos callejeros del barrio, y formaban unas timbaaaaas… ¡qué no veaaaas….! Jugaban a las cartas, al parchís, a las damas y los más listos y más viejos hasta jugaban al ajedrez pero allí no podía entrar ningún extraño porque lo echaban a patadas y… ¡cuidado! porque podía caer también algún mordisco. Por eso, cuando se acercaron allí el Cuclillas y el Triquiñuelas, lo hicieron a escondidas, con mucho cuidadito y desde detrás de un árbol, pudieron ver como dormían todos los gatos unos encima de otros y sin lavarse, o sea, un poco guarretes. Al Triquiñuelas, que no estaba acostumbrado a esas cosas, le entró un canguis que no podía tener quietas las piernas y le dijo al Cuclillas muy bajito y muy asustado:
-Cucli… vámonos de aquí que a mí estos gatazos no me gustan nada…- y despacito y de puntillas, se alejaron a pasear por los caminos tan bonitos del parque.
Estaban paseando por el jardín chino cuando, de pronto, del hueco de un árbol, salió una gatita blanca, con la punta del rabito y de las orejitas, negras. Los ojitos eran verdes aunque un poco tristones y mientras se lavaba con la lengua un pelaje bastante sucio, se quedó mirando al Cuclillas y exclamó:
-¡¡¡Cuclilllas!!! ¿pero qué haces tú por aquí?
-¡Caramba… Chuchuna…, no puedo creerlo…! Pero si pensaba que ya no existías.
Mientras se daban un abrazo y comenzaban a charlar, del agujero del árbol, salieron dos gatitos y una gatita, todos blancos y negros que la gata Chuchuna los presentó como a sus hijitos.
-¡Cómo que tus hijitos…! Pero si el Calasparra está trabajando en el jardín de la Rosaleda de conserje y nunca ha hablado de vosotros…
Y entonces fue cuando los presentó al saltamontes Triquiñuelas.
-Mira Triqui… esta es la familia del Calasparra… viven aquíiiii… metidos en este agujero…
Al Triquiñuelas, al ver aquello, le entró un tembleque de pena que casi se le caen las lágrimas y dijo muy serio:
-Con que sí, ¡eh…! El Calasparra viviendo tan ricamente en la Rosaleda y su familia aquí perdida en el parque de El Retiro… - empezó a dar golpecitos con el pie en el suelo mientras pensaba y luego dijo: -¡Pues noooo….! Al Calasparra se le va a caer el pelo…! Vosotros os venís a la Rosaleda ahora mismito…
Y ni corto ni perezoso, se llevó a la gatita Chuchuna agarrada del brazo de vuelta a la Rosaleda. La Chuchuna tuvo buen cuidado de meter a sus gatitos en un cesto que colgó de su brazo y, naturalmente, se los llevó con ella.
¡Madreeeee…. Madreeeee…. La que se armó cuando al llegar a la puerta del jardín, le presentaron al Calasparra a la Chuchuna y a sus tres gatitos! Se quedó tan pálido que parecía de papel, los bigotes se le cayeron sobre la boca y la pluma de la gorra se le dobló del susto.
-¡Mi querida Chuchunaaaaa…! ¿qué haces aquí...?
-¡Cómo que qué haces aquí… malandrín…que eres un malandrín…!- le dijo muy enfadado el Triquiñuelas- Los tenías abandonados en el Retiro y tu aquí viviendo divinamente… y además nos tenías engañados a todos… ¡eh! Pues ahora vas a cambiar toda tu vida, porque se van a quedar a vivir contigo y yo voy a hablar con el Alcalde Don Nicanor para ver qué hacemos contigo… es posible que te pongamos un castigo… ya veremos…
-¡Por favor, Triqui… no… perdóname…!- decía el Calasparra con los ojos llenos de lágrimas- Yo es que estaba muy asustado y no sabía qué hacer pero también estaba muy triste porque me acordaba mucho de ellos ¡de verdad…! ¡Me portaré bien…ya verás!
La gatita Chuchuna se agarró de su brazo, le dio un beso en los bigotes y con un pañuelo muy grande que siempre llevaba en el bolsillo de delantal le secó las lágrimas porque la verdad es que quería mucho al Calasparra. Así que lo perdonó y se quedó a vivir con él en el jardín de la Rosaleda.
Cuando se enteraron los habitantes del jardín de la historia del Calasparra, después de criticarle un poquito porque no les parecía bien lo que había hecho, también lo perdonaron y la Guardería de la ratona Matildita, "Los pequeñajos", tuvo tres alumnos más. Peluso, Timoteo y la gatita Casilda, la más guapa de todos los gatos del jardín.
Al Calasparra lo llamaron al despacho del Acalde y allí le soltaron un rapapolvoooo… ¡ufff…! que el gato ya no sabía ni como disculparse, estaba más colorado que un tomate y tan avergonzado que se puso a llorar pidiendo perdón.
Después de una reunión que tuvieron en el Ayuntamiento el Alcalde Don Nicanor, el saltamontes Triquiñuelas, el conejo Don Adalberto, el oso hormiguero Don Kiskilloso y hasta el médico, el chiuaua Don Curateya que además de médico era psicólogo, decidieron perdonar al Calasparra porque estaba muy arrepentido y, como ahora tenía que mantener a su familia, lo ascendieron a supervisor de conserjes, que era un título nuevo que se inventaron el gorrión alcalde Don Nicanor y el saltamontes Triquiñuelas para poder ayudar de alguna manera a la familia Calasparra.
Pues éste es el cuento de hoy, un poco triste, ¿verdad? Pero es que de todo tiene que haber en los jardines de animalitos… es la vida real… Ahora me voy corriendo que no encuentro el monedero… ¡Ay! ¿Dónde lo habré metido…? ¡Adioooos amiguitos!