Aquella mañana, la araña Malospelos se puso el gorrito de lana con orejeras, los ocho patucos cada uno de un color diferente como a ella le gustaban, cogió una pieza de tela terminada de tejer la noche anterior y se fue a ver a la libélula Bertita que era quien le compraba la tela para su tienda "Los Bebés a un cuarto", que había abierto hacía poco tiempo.
Como el día era de un frío de esos que pela las narices, dio cuatro vueltas a la bufanda y cuando se sintió lo suficientemente abrigada salió de su casa. Al pasar frente a la puerta del saltamontes Triquiñuelas que vivía en el piso Bajo A, le llegó hasta la nariz que llevaba bien tapada, un olor riquísimo a pan frito y pensó que sería estupendo poder comerse unos picatostes con chocolate en compañía de Triquiñuelas que, seguro, era quien los estaba preparando para desayunar.
La verdad es que el jardín de la Rosaleda, andaba un poco revuelto, porque el Alcalde, el gorrión Don Nicanor, había ordenado poner un Bando en cada esquina, en el que se decía a todos los habitantes que fueran muy cautelosos en sus salidas por el jardín, sobre todo por las noches ya que los moscardones policías, habían detectado la presencia de un gato merodeando por los alrededores.
Como podéis imaginar, el que más y el que menos, estaba un poco asustado porque los gatos podían comerse a cualquiera y eso a nadie le gustaba.
-Malospelos, ten mucho cuidado cuando vayas a la tienda de Bertita que está muy cerca de la verja y ese gato anda muy listo. Mete la zarpa entre los barrotes, y se zampa lo primero que encuentra-le dijo Triquiñuelas a la Malospelos que se puso a temblar del miedo que le entró. Pero como era también un poco valiente, se encasquetó bien el gorrito de lana y dijo:
-¡Bueno… a mí gatos…! Ya veremos quién puede más- y dando media vuelta se fue con su pieza de tela a la tienda de Bertita. Pero por el camino, cuando ya se estaba acercando a la verja… ¡ay madreeee…! Le empezó a entrar un canguis que ya no sabía por donde andaba. Le temblaban las ocho patas a la vez y tuvo que pararse un ratito hasta que se le pasó la tembladera porque es que no podía dar un paso. Hasta que llegó a la tienda "Los bebés a un cuarto" ¡y la que se encontróooo…! ¡Madreeee…. Madre! Tres coches de policía, los moscardones corriendo de un lado para otro llamando a la ambulancia que llegaba con los grillos "escopetaos"… y lo peor, lo peor de todo… La pobre libélula Bertita, despanzurrada en el suelo con un ataque de nervios que no había quien la parara hasta que se presentó el chihuahua Doctor Curateya y dijo:
-Esto lo curo yo en un santiamén.
Le puso una inyección con un líquido amarillo y allí se quedó la pobre Bertita dormida como un ceporrín. Momento en el que los grillos "escopetaos" la pusieron en una camilla y se la llevaron al Hospital por orden del Doctor Curateya, que estaba muy preocupado por lo ocurrido.
¿Y a que no adivináis lo que había pasado? Pues que la libélula Bertita, cuando aquella mañana temprano salía por la verja del jardín de la Rosaleda para ir a comprar unos botones especiales para bebés, de esos que no se pudieran meter en la boca y tragárselos, se topó de cara con un cacho gatazo negro fenomenal y del susto, echó a correr dando gritos:
-¡Socorrooooo…socorroooo… que me come, que me come….!
Al oír los gritos, todos se asomaron a las ventanas y el teléfono de la policía moscardonil se colapsó de tantas llamadas como hubo avisando de la presencia del gato. Salieron rápidamente las furgonetas que se fueron a por el gato que, el pobre, todo hay que decirlo, estaba más asustado que nadie, porque no sabía lo que sucedía. Y por más que le decía a la policía:
-¡Oigaaaa… ¡que yo sólo estoy buscando a un ratón que se llama Cuclillas…!
Pues nada, que no le hacían ni caso y allí estaba el gato cpn las dos manos juntitas para ponerle las esposas. Pero en esto que llegó el Cuclillas porque lo había ido a buscar uno de los policías para saber si él conocía al gato, y en cuanto lo vio, dijo:
-¡Caramba, Calasparra…! ¡Cuánto tiempo sin verte, amigo mío…! ¿Pero qué haces tú por estos andurriales…?
Total que el gato negro que parece ser se llamaba Calasparra y el ratón Cuclillas se dieron un abrazo de lo más apretado y, al fin el Cuclillas les explicó a los policías, que aquel era el gato más bueno que uno se podía encontrar por la vida, que eso de comerse a alguien, que ¡nanay!, que eran amigos desde cuando él vivía en las alcantarillas de los Madriles y que el Calasparra era un gato más bueno que el pan.
Así que todos ya más tranquilos, cada cual se marchó a su casa sin ningún miedo. La araña Malospelos acompañó la libélula Bertita al Hospital donde con una inyección por aquí y un sorbete de algo amargo por allá se puso más fresca que una lechuga y el Cuclillas invitó a un aperitivo de anchoas y cerveza sin alcohol a todos los que quisieran apuntarse para presentarles, de paso, a su antiguo amigo de las alcantarillas, el gato Calasparra. Total, que todo acabó como siempre acaban las cosas en el jardín de la Rosaleda, todos felices y contentos.
¡Ah! Se me olvidaba deciros que el Alcalde, el gorrión Don Nicanor, ordenó quitar los bandos donde decía que se tuviese cuidado de un gato que merodeaba por los alrededores y como vio que el Calasparra era muy simpático y además muy amigo del Cuclillas, le ofreció trabajar de Guardia en la verja de entrada al jardín. Le dieron uniforme con botones dorados, una gorra con una pluma de avestruz y una lanza y allí estaba todos los días de plantón en la puerta pidiendo el carnet a todo el que entraba y como empezó a venir mucha gente a visitar la Rosaleda que se estaba haciendo famosa por sus historias, colocaron un armatoste de esos por los que tienes que pasar sin llaves, sin móvil, sin pendientes ni anillos y sin cinturón.. por aquello de la hebilla de metal, claro… y no veas los líos que tenía el gato Calasparra porque a más de uno cuando se le cayeron los pantalones al suelo, se enfadó tanto que dijo que iba a denunciarlos al programa de TV "Todo está más que requetebién" para que vieran que no todo estaba tan bien.
Bueno… pues así terminó la historia, todos se hicieron amigos y en el jardín de la Rosaleda hubo un habitante más, el gato Calasparra.
¡Adioooooos amiguitos….!