La ratita Catalina llega a la rosaleda

Magda R. Martín
Aquella primavera, llegaron al jardín de la Rosaleda unos nuevos vecinos. Era una familia de ratones a los que habían desahuciado de una madriguera donde vivían en las raíces de un castaño de indias en el parque de El Retiro, porque iban a destruirla para hacer casas nuevas. Como eran bastante pobres y no tenían a donde ir, fueron a pedir ayuda al alcalde, el gorrión Don Nicanor que les ofreció una nueva madriguera de protección oficial en un pino piñonero al que las orugas procesionarias lo tenían un poco maltrecho pero todavía en pie.
Don Ratoninchy, que así se llamaba el padre, aceptó sin pensarlo dos veces y como el alcalde Don Nicanor le propuso para trabajar de Conserje en la puerta del Ayuntamiento, estaba toda la familia muy contenta. Los dos hermanos pequeños, Raúlito y Pocacosa, consiguieron plaza en la Escuela de Don Adalberto y la mayor, una ratoncita gris plateada, muy guapa, que tenía unos bigotitos rubios, llamada Catalina, aceptó ser la aprendiza de la modista Doña Fuencisla, la conejita segoviana casada con Don Adalberto.
Todo iba muy bien en el Jardín de la Rosaleda hasta que un día, la ratona Matildita, se presentó en casa del saltamontes Triquiñuelas y le dijo llorando a lágrima viva:

-¡Ay Triqui, Triqui de mi corazón y de mi alma, que estoy preocupadísima! ¡Que mi primito el Cuclillas se me está quedando tan delgadito que parece un palillo de tocar el tambor! ¡Qué no come nada…! ¡Qué no sé qué le pasa…! Anda Triqui, porfa… ayúdame y entérate bien de lo que le sucede al Cuclillas que se nos va a morir de un suspiro… que se pasa todo el día asomado a la ventana mirando la luna…

El Triquiñuelas que era muy sabio, ya sabéis, se quedó pensando un rato y después de darle una tila a la Matildita y de decirle a la araña Malospelos que se ocupara de sus asuntos porque estaba asomada a la ventana escuchando la conversación como una buena cotilla que era, le dijo a la ratona que no se preocupara, que él lo arreglaría todo y que el Cuclillas volvería a comer y pronto dejaría de mirar la luna por la ventana… bueno…. eso no lo dijo muy seguro… pero lo dijo. Y la ratona Matildita se fue a su casa más tranquila mientras se limpiaba las lágrimas y los mocos que le caían después de tanta llantina.
Triquiñuelas que ya sospechaba lo que le pasaba al Cuclillas, se subió de un salto a un higuera y se puso a tocar el violín mientras pensaba como arreglar aquel asunto y cuando ya se cansó de pensar y de tocar el violín, se fue en busca del ratón Cuclillas para invitarlo a merendar un bocadillo de pan con tomate y una buena loncha de jamón y de paso, intentar sonsacarle el por qué de tanta mirada a la luna y estar sin probar bocado.

-Qué te parece Cuclillas, ¿nos comemos un bocata y charlamos un rato de las cosas de la vida?- le dijo Triquiñuelas mientras le pasaba la mano por el hombro al Cuclillas.

-Buenooooo…- dijo el ratón que se estaba quedando de un escuchumizado, con los bigotes caídos, la mirada tristona y las manos en los bolsillos del pantalón que ya le quedaban tan grandes que parecían eran de su abuelo el gordo. ¡Madre mía, pero qué tristón estaba el Cuclillas! ¡Si tenía razón la Matildita! ¡Si es que daba pena verlo!

Pues nada, poco a poco, iban caminado hacia la casa del saltamontes Triquiñuelas para comerse el bocata prometido, cuando, al pasar por la casa de Don Adalberto, salió por la puerta la ratita Catalina que volvía a su casa después de haber aprendido a sobrehilar unas costuras en el talle de Doña Fuencisla ¿y a qué no sabéis lo que pasó? Pues que al verla, tan guapa, con su delantalito limpio, muy bien peinada y un lacito de color rosa en la cabeza, al Cuclillas le dio un vahído que no se cayó al suelo porque el Triquiñuelas que estaba al tanto de lo que pasaba, lo sujetó y lo sentó en el bordillo de la acera para que se repusiera. ¡Ay, madre, madreeeee…! ¿Pues no resulta que el Cuclillas se nos había enamorado de la ratita Catalina?
Cuando al fin pudieron llegar a la casa, el Triquiñuelas lo ayudó a sentarse en una silla, le abanicó un ratito para que con el aire se le pasara el agobio y luego le sirvió el bocata de jamón prometido y mientras se lo comían, el Cuclillas se confesó al saltamontes y le dijo:

-¡Ay Triqui….! Que es que yo no puedo vivir sin la ratita Catalina ¿qué puedo hacer? Ella no me quiereeee…y es tan guapa, tan buena… y tan… todo, todo, que no sé ya ni lo qué es…y yo ya no sé quién soy…

-Buenooo, buenoooo- dijo el Triquiñuelas al ver que el Cuclillas continuaba sin saber nada de nada- vamos a ver si podemos ayudarte- y después de pegarle un buen bocado a la loncha de jamón, le dijo: - ¿Pero Cuclillas, tú ya has hablado con la ratita Catalina?
-No- dijo el Cuclillas dando también un buen mordisco al bocadillo pues ya comenzaba a tener apetito.

-Pues eso es lo primero que tienes que hacer… decírselo…¿cómo vas a saber si te quiere o no, si no se lo has preguntado?

El Cuclillas, que en el fondo era muy tímido, preguntó:

-¿Y qué le diiiigoooo…?

-Pueeeeessss…-dijo Triquiñuelas tamborileando con los dedos sobre la mesa- ¡Mira vamos a hacer una cosa, tengo una idea! Mañana…

Y allí se quedaron los dos haciendo planes hasta que, al día siguiente, a la hora en que la ratoncita Catalina salía de su trabajo, tarareando una cancioncilla. ¡tarararariiiiii! el Cuclillas, que estaba escondido en una esquina, se le acercó, le entregó un ramo de margaritas y le dijo más colorado que un tomate:

-Catalina, desde que te vi ni como, ni bebo, ni puedo dormir. Solo miro la luna que me parece un candil… Estoy tan enamorado que no puedo resistir verte pasar por mi lado sin que me hagas un mohín. Así que respóndeme pronto, rosa de pitiminí, porque si tu no me quieres… no sé qué va a ser de mí…
La ratita Catalina al oír aquella retahíla de pareados y versos que no había oído nunca se quedó pasmada sin saber qué decir pero al mirar dos veces al Cuclillas y verlo tan alicaído y lloroso con el ramo de las margaritas en la mano, le entró una ternura que, sin poder evitarlo, le quitó las margaritas, se empinó de puntillas y le dio un besito en la punta de la nariz. ¡Buenooo, buenooooo…! Tanta emoción le causó al Cuclillas que, ¡pataplaf! se desmayó y cayó al suelo de golpe. Triquiñuelas que estaba espiando a ver como resultaba la estratagema del ramo de flores, corrió a su lado para socorrerlo y en el coche de Don Adalberto lo llevaron al Hospital donde el médico, el chihuahua Doctor Curateya, le dio a oler de un frasquito, le pegó unas cuantos cachetitos suaves y enseguida el Cuclillas se despabiló y le sonrió a la ratita Catalina con la cara de tontorrón que se les pone a todos los enamorados.
Al día siguiente toda la Rosaleda sabía que la ratoncita Catalina y el ratón Cuclillas se habían hecho novios y se iban a casar por Navidad, pero antes, tenían que echar una instancia para que el señor alcalde el gorrión Don Nicanor, les concediera un piso de renta baja para menores de treinta años, de esos que daba el Ayuntamiento, pero eso son cosas aburridas que no vamos a explicar. Sólo diremos que el Cuclillas volvió a comer todo lo que le ponían en la mesa y la ratoncita Catalina comenzó a coser su ajuar en el taller de la conejita Doña Fuencisla que estaba muy contenta de poder ayudarla.
¡Ah! Antes de marcharme, os diré que el Triquiñuelas como era muy amigo de Don Nicanor el Alcalde, le pidió que ascendiera al Cuclillas a encargado de barrenderos del Ayuntamiento… ¡claro… ahora que ya iba a casarse…. necesitaba subir de categoría…!
¡Huy… me voy… ¿Dónde tengo mi paraguas…? Ah … aquí está, ¡ay que pierdo el autobús…! Otro día os explicaré la historia de Bertita la libélula envidiosa. ¡Adiooooooos!
Texto libre Trabalibros

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