Mimí, la ardilla cantante

Magda R. Martín
Aquel día de invierno se celebraban las fiestas populares de la Rosaleda y además del mercadillo donde todos fueron a comprar, llegaron unos artistas que eran cantantes de ópera contratados por el Ayuntamiento para ofrecer al público la Opera La Boheme interpretada por la Gran Soprano la ardilla Mimí.

Todo eran comentarios y más comentarios en las tiendas y en los corrillos que se hacían por las calles y todos se preguntaban qué era aquello de La Boheme porque nadie lo había oído nunca.

Al fin, Don Adalberto, que era el más sabio del jardín, les explicó que era una historia muy triste pero en lugar de explicada como un cuento, la cantaba a voz en grito la Gran soprano Mimí, una ardilla un poco presumida que no salía a la calle si no llevaba un abrigo de piel de leopardo y un sombrero con una pluma de pavo real que era más grande que ella.

El día de la función asistieron todos los vecinos del jardín, muy abrigaditos porque la oruga gris Chirimiri que era la meteoróloga oficial, ya había avisado por la tele que podía nevar así que anduvieran con cuidado.

Por la mañana el mercadillo de los Ratones Callejeros estuvo lleno hasta los topes, cada cual comprándose una ropa de abrigo. La araña Malospelos se compró unos patucos de diferente color para cada una de sus ocho patas, el saltamontes Triquiñuelas, dos pares de calcetines de lana y unas botas, el Cuclillas se compró unos leotardos y unos pantalones de felpa además de un gorro con visera. Don Adalberto una gorra con orejeras para sus orejas, claro y a su conejita Fuencisla le compró una bufanda de lana roja ¡preciosa! La ratona Matildita sacó del baúl de la ropa usada un refajo con todos los colores del arco iris que era de su abuela y hasta Don Kiskilloso se compró unos mitones y un gorrito de lana con pompón. Así todos bien abrigados, se encontraron en la plazoleta donde habían montado una tarima para hacer el escenario en el que la ardilla Mimí, cantaría la famosa Boheme que todos esperaban escuchar.

Todos estaban en silencio cuando apareció en el escenario la Gran Mimí vestida con unas faldotas muy laaaargas que arrastraba por el suelo mientras lanzaba al aire unos gorgoritos que tenían a los asistentes con la boca abierta, y cuando más entusiasmados estaban escuchando aquel canto que los dejaba un poquito sordos, en una de las vueltas que dio la ardilla por el escenario para lucir sus dotes de actriz, se le enredaron los zapatos de tacón con las faldas, dio cuatro traspiés, se agarró al cortinón rojo que estaba colgado como telón, lo tiró al suelo y ella comenzó a rodar por el escenario para un lado y para otro como si fuera una pelota. ¡La que se armó! La gente comenzó a gritar:

-¡Pararla, pararla, que se mataaaa….!

Otros pedían silencio muy enfadados, haciéndose los entendidos, porque creían que La Boheme era así, y aquel trompazo de la soprano formaba parte de la historia y algunos, como el Cuclillas, se partían de risa viendo a la ardilla rodar de acá para allá por el escenario dando unos gritos con los que hubiera ganado cualquier concurso de canto y las faldas por encima de la cabeza.

¡Madreeee…, Madreeee…!

A Triquiñuelas, en un principio le dio un poco de risa pero luego sintió pena por la ardillita que gritaba como una desesperada sin poder parar el vaivén y al ver al Cuclillas como se desternillaba de risa, le dio un codazo y le dijo:.

-¡Hombre, Cuclillas. Que no está bien que te rías del mal del prójimo, ten un poco de compasión!

El Cuclillas como era un ratón un poco gamberreteeeee… vosotros ya lo sabéissss… no podía parar de reírse y se escondió debajo de una silla y así poder seguir riéndose sin que nadie lo viera, momento que aprovechó el saltamontes Triquiñuelas para subir al escenario y tirarse encima de la soprano Mimí, agarrarla fuerte con ambas manos y parar aquel movimiento de bamboleo que tenía a todos mareados. Los asistentes aplaudieron muy contentos pero…. la pobre ardillita estaba peor de lo que muchos se creían. Sangraba por la frente y se le habían roto los dos dientes delanteros, esos que le servían para cascar las nueces.

-¡Ay, ay, ay!- decía llevándose las manos a la cabezal- zi ez que no puedo hablar ni rezpirar..

No podía hablar ni mucho menos cantar. ¡Madreeee, madreee, qué problema…! Triquiñuelas al ver el desaguisado, llamó por teléfono a los Grillos Escopetados que eran los que conducían las ambulancias y, en un santiamén, se llevaron a la ardillita Mimí al Hospital donde el Doctor Curateya que era un chihuahua un poco esmirriado pero muy buen médico, eso sí, la devolvió a la calle con una venda en la frene y unas grapas en los dientes para sujetarle los trocitos que le quedaban sanos.

Pero aquí empezó el verdadero lío porque resulta que la Gran Mimí, no tenía casa en el jardín de la Rosaleda, los propietarios del teatro, al ver que no podría cantar en mucho tiempo, recogieron sus bártulos y se largaron con viento fresco dejando sola a la pobre Mimí. Y este fue el momento en el que el saltamontes Triquiñuelas volvió a tomar cartas en el asunto –que ahora ya sabéis lo que eso quiere decir porque os lo expliqué el otro día en otro cuento-. Se fue a ver a Don Teodosio el bulldog que era el dueño de la Agencia inmobiliaria, "Goterasindependientes S.L."y le dijo:

-Don Teodosio, usted que es un hombre de gran corazón, no puede dejar en la calle a una adillita tan delicada y enferma como la Mimí. Yo sé que, usted, le dará una casa gratis para vivir hasta que se recupere.

El bulldog Don Teodosio se quedó muy serio mirando al Triquiñuelas con cara de malas pulgas, se metió un chicle de calabaza en la boca, le dio la vuelta a un lado y a otro, pegó un puñetazo sobre la mesa que al Triquiñuelas le hizo pegar un salto, y dijo:

-¡¡Seaaa!!! Que vaya a vivir a la casita del nogal de la calle 3 del camino de la izquierda.

Y allá se fue la ardillita Mimí acompañada de todos los vecinos que le ofrecieron un montón de cosas. Unos le daban una manta, otros unos pucheros, otros toallas o tacitas para el desayuno… Matildita le llevó unos buñuelos de viento que eran más de viento que de buñuelos peroooo, engañaban el hambre y más tarde le dio unas berzas que ya se estaban poniendo algo pochas. El Cuclillas le compró un tocadiscos para que escuchara música y la araña Malospelos le regaló un colador que había hecho con una de esas telas agujereadas que no servían para nada y aquella idea le pareció genial.

Total que entre unos y otros la ardillita Mimí, comenzó a mejorar y a ensayar sus gorgoritos otra vez, tanto que a los habitantes del jardín les entró un dolor de cabeza fenomenal al oír los continuos gritos. ¡Vamos, que se formó una cola en la farmacia para comprar aspirinas, que al farmacéutico, el gusano Don Alcanfor, lo tenía la mar de contento porque estaba ganando mucho dinero!

Un día ya cansados de tanta Boheme, Triquiñuelas que se había comprado unos tapone para los oídos, se fue a ver al bibliotecario Don Kiskilloso:

-¡Qué pasa ehhhh! – le dijo Don Kiskilloso cuando lo vio.

-No se enfade Don Kiskilloso- le dijo el Triquiñuelas que ya sabía como reaccionaba y no le hizo caso -que sólo quiero pedirle un favor. A ver si usted encuentra por la biblioteca alguna partitura de música con una canción diferente que la Boheme esa que nos tiene a todos un poco amargados, no sé…, algo para que la Gran Mimí cambie el repertorio y nos cante canciones más alegres…

Un día después, el bibliotecario le entregó al saltamontes Triquiñuelas dos canciones para que las cantara la ardillita y ¿a qué no sabéis cuáles eran? … Pues "El patio de mi casa" y "Donde están las llaves matarile rile rile" y como esas canciones las conocían todos, cada vez que la ardillita las cantaba los demás la acompañaban, cada uno a su aire, por supuesto y aquello era un guirigay que nadie entendía pero no veáis cómo se divertían, tanto que ya no le dolía la cabeza a ninguno.

La Gran Mimí, se quedó a vivir en la Rosaleda y fue una de las que más colaboró en el progreso del jardín. El Ayuntamiento la contrató para dar clases de canto en la Escuela del conejo Don Adalberto y el único que se enfadó y se tiraba de los cuatro pelos que tenía, era el farmacéutico, el gusano Don Alcanfor que dejó de vender aspirinas porque ya nadie las necesitaba. La pura verdad es que se quedó con un montón de pastillas que había comprado a bajo precio y casi se arruina.

Y colorín colorado…. Hoy el cuento ha sido un poco largo, así que me voy volando…..¡¡¡¡
Texto libre Trabalibros

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