El conejo Don Adalberto

Magda R. Martín
El conejo Don Adalberto era el profesor de la Escuela del jardín de la Rosaleda. Vivía solo en una madriguera en el abeto más grade del jardín y como se estaba haciendo un poquito viejo y se aburría mucho, todos los vecinos intentaban buscarle una novia para que, así, pudiera casarse y tener una buena compañía.

Don Adalberto que era un conejo muy tranquilo, no se enteraba de los tejes y manejes de sus convecinos y sólo se preocupaba de preparar bien sus lecciones para que todos los alumnos de su escuela aprendieran mucho y bien. Además de ser tranquilo, el conejo Don Adalberto era bondadoso y muy simpático y aunque charlaba mucho con cualquiera que se encontrase por el camino cuando salía de la escuela, también le gustaba bastante la soledad. El único que conseguía sacarlo de su casa, era el bibliotecario Don Kiskilloso, un oso hormiguero que siempre estaba muy enfadado y al que cualquier cosa le molestaba mucho. Sin embargo, con Don Adalberto no se enfadaba nunca y eran unos grandes amigos que se reunían cada martes y cada jueves en la Biblioteca para curiosear en libros antiguos cosa que a los dos les gustaba mucho hacer.

El saltamontes Triquiñuelas, que siempre estaba preocupado por todo lo que sucedía en el jardín de la Rosaleda, era el que tenía más interés en buscarle una novia a Don Adalberto y, un día, cuando más preocupado estaba sentado encima de la berza del huerto de la Ratona Matildita, jugando a las cartas con el ratón Cuclillas, se enteró de que llegaba al jardín, procedente de Segovia, una conejita que se llamaba Fuencisla y que iba a poner un taller de modista para coser los trajes de todas las señoras que quisieran ser vestidas por ella. Aquella noticia le entusiasmó y estuvo muy pendiente de la llegada de la conejita Fuencisla para conocerla y así ver si podía ser una buena candidata para esposa de Don Adalberto.

Como Don Adalberto el conejo, además de tranquilo y bondadoso era muy tímido, Triquiñuelas sabía que debería pensar en la manera de que el profesor y la modista se conocieran y como estaba muy cercano su cumpleaños, escribió unas tarjetas de invitación a todos los vecinos para que asistieran a la fiesta que celebraría aquel día tan especial en honor del Profesor Don Adalberto.

¡Madre, madre… la que se armó…! Todas las señoras querían estrenar vestido nuevo y ¡hasta cola! había en la puerta del taller que la conejita Fuencisla puso en la Rosaleda. La verdad es que ganó unas cuantas monedas que ingresó en el Banco pero… ¡hay qué ver cómo trabajó la pobre…! ¡ufff! ¡tooodo el día y toooda la noche dale que dale a la máquina de coser!

El caso es que cuando llegó el día de la fiesta, las señoras estaban tan requeteguapas con sus vestidos nuevos, sus collares y sus pulseras que se miraban unas a otras a ver quién era la que llevaba el vestido más bonito pero, en confianza, amiguitos, todas, todas, estaban de lo más elegante porque la conejita Fuencisla era una maravillosa modista.

¡Ay! ¿Pero qué pasó? Pues que como había trabajado tanto para las demás, la conejita Fuencisla no había tenido tiempo de coser un vestido nuevo para ella… perooo, como no era nada presumida, se fue a la fiesta con uno que aunque ya estaba bastante usado le quedaba de maravilla. Se puso un sombrero con una lazada azul muy ancha que había comprado en la mercería de la cochinilla Zurcita, esa que vendía cintas de todos los colores habidos y por haber, y con una tarta de manzana deliciosa horneada por ella misma como regalo de cumpleaños, se fue a la fiesta de cumpleaños que el Saltamontes Triquiñuelas le había preparado a Don Adalberto.

Cuando llegó ya estaban todos en la fiesta, hablaban y reían mientras unos tomaban limonada y otros explicaban chistes y el saltamontes Triquiñuelas, que era muy listo, en cuanto la vio, la sentó a la mesa entre Don Adalberto el conejo y Don Kiskilloso el oso hormiguero, el bibliotecario y ¡no veáis lo que disfrutaron! Claro que la primera vez que la conejita Fuencisla saludó a Don Kiskilloso, éste le respondió my malhumorado y la dejó un poco sorprendida pero todo se arregló.

-Mucho gusto en conocerle, Don Kiskilloso- le dijo la conejita Fuencisla cuando se lo presentaron, pero el oso hormiguero, en lugar de responder: "estoy muy bien, gracias, y usted señorita Fuencisla ¿cómo está? ¿le gusta la nueva ciudad?". Que es lo que se dice cuando te presentan a alguien, pues no, va y le dice de muy malos modos:
-¡¿Qué pasa heeee?!

Al oírlo, Fuencisla se llevó un susto morrocotudo, tanto que casi se pone a llorar porque creía que había hecho algo mal y fue entonces cuando el conejo Don Adalberto, que no le quitaba el ojo de encima a la conejita, tomó cartas en el asunto –que quiere decir que le explicó a la conejita Fuencisla lo quisquilloso que era Don Kiskilloso y que no le hiciera caso porque, en el fondo, era una buena persona.

La conejita le agradeció a Don Adalberto la explicación con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja porque aquel don Adalberto tenía cara de ser muy sabio y le caía muy bien… Y así empezaron a conocerse Don Adalberto el conejo y Fuencisla la conejita recién llegada de Segovia. Desde aquel momento, el saltamontes Triquiñuelas que no perdía detalle de lo que sucedía entre la pareja de conejitos, se desentendió de todo porque, cuando vio como a Don Adalberto se le caía la baba cada vez que miraba a la conejita Fuencisla y que ésta –la conejita-, no paraba de sonreír, supo que pronto asistirían a la boda.

Y así fue amiguitos. A partir de aquel día, Don Adalberto se perfumaba cada vez que terminaba sus clases, se peinaba con raya en medio, se limpiaba bien las gafas, la uñas y los dientes, compraba un ramo de flores y se iba, tan feliz, al taller de la modista a comerse unos picatostes con chocolate a los que siempre le invitaba la conejita Fuencisla.

La boda la fijaron para el primer día de primavera y mientras esperaban ese momento, la conejita Fuencisla se hizo –a escondidas del novio, claro-, el traje de novia más bonito que os podáis imaginar, con una cola larguísima y un tul para la cabeza que le regaló la araña Malospelos, ¡precioooooso! Pero eso ya lo contaremos en otro cuento, ahora me voy deprisa a casita ¡que se me quema la paella¡ ¡Huyyyy , si es que con esto de explicar cuentos, se me va el santo al cielo, ayayayay, si es que tengo una memoria…¡
Texto libre Trabalibros

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