La niña continúa el viaje

Liliana Del Rosso
Música ambiental, luces, todo en orden. Seis y cincuenta, primer viaje de la mañana. Infalible, la enfermera de noche que cuida al abuelito del noveno.
La puerta del ascensor se abre, entra Clarisa, agotada, se mira en el espejo, intenta acomodarse el cabello, se huele las manos, se abre el escote, un gesto de desagrado empaña su rostro.
Las puertas se cierran y bajamos. Pese a la vejez del mecanismo nos desplazamos con rapidez.
Un pequeño golpe me alerta, «los frenos de la cabina, hay que revisarlos».
Séptimo piso. Una mujer mayor entra en la cabina, saca un pañuelo embebido en "Chanel número 5", lo mueve frente a su cara mientras se coloca en el extremo opuesto a Clarisa.
«Vieja idiota, yo huelo a desinfectante por que he limpiado a un enfermo pero tú hueles a sudor rancio por que no te duchas, cochina». Piensa la enfermera mientras mira en el tablero el número de la próxima parada.
Quinta planta, una madre y su niña pequeña. Avanzan pausadamente y se colocan en el centro de la cabina casi sin moverse.
—Mamá, no te olvides de comprar el diccionario.
—Si, cariño.
Segundos interminables de profunda indiferencia, cada uno en su mundo desairando al resto de los pasajeros.
El viaje continúa hasta la cuarta planta. Un joven sonriente, pese a los auriculares, la música invade el momento.
—Buenos días. Hola pequeña ¿hoy madrugas? —preguntó el joven mientras entraba en el ascensor. Una traición al protocolo de silencio tácitamente instaurado.
—Sí. —contestó la madre mientras pensaba. «Este muchacho siempre tan entrometido».
Un atronador ruido, las luces se apagan, finalmente un golpe seco.
—Mamá, mamá. ¿Que ha pasado?, mi pierna me duele mucho.
—Tranquila pequeña, el ascensor sufrió una avería, dame la mano, ya volverá la luz —dijo el joven mientras su cuerpo caía sobre la niña.
Quietud, segundos, minutos de fría quietud.
—Muchacho, mira qué pasa con la enfermera que no se mueve.
—Señora tóquela, usted está más cerca.
—Muchacha estas bien.
—Si, gracias señora, creo que me he golpeado la cabeza. Pero estoy bien. No me duele nada. ¿Y usted?
—Yo, no me hice nada, estoy perfecta— respondió la anciana plena de energía.
—¡Muchacho! ¿Cómo estás?
—Bien, sentí un fuerte golpe pero ahora ya me puedo mover. ¡Miren! Creo que vienen a buscarnos —Dijo el muchacho mientras ayudaba a la madre a levantarse.
—¿Y mi hija?
—No, ella no viene con nosotros. — dijo la enfermera mientras intentaba levantarse.
—Muchacha deja que te ayude a salir.
—Debería ayudarla yo a usted.
—Venga que soy una vieja cochina pero he vivido muy bien y tú has sufrido demasiado.
El mutismo se rompe
Golpes y gritos en el exterior, finalmente la puerta se abre.
—¡Por Dios! ¡Están todos muertos, el ascensor está destrozado!
El último viaje, engranajes, cables y poleas, ya no podía más.
¿Saben que es lo mejor que ha hecho Dios? Que al final de la vida todos se igualan.
—¡Debajo del muchacho, alguien se mueve! Rápido una camilla. —Gritó uno de los bomberos que abrió mis ancianas puertas.
Texto libre Trabalibros

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