Alejandra Pizarnik fue una autora controvertida, enigmática y creadora de un universo propio. La que ha sido tachada de poeta maldita es, sin ningún género de dudas, una de las escritoras argentinas más emblemáticas de la segunda mitad del siglo XX. Su obra, compuesta por sus poemas pero también por otros textos en prosa, diarios y correspondencia, son fragmentos que ayudan a vislumbrar una alma oscura, inteligente y extremadamente sensible. El dolor, la infancia y la muerte son temas esenciales en su vida y recurrentes en su obra.
El archivo que conforma su legado literario y que Alejandra Pizarnik mantuvo meticulosamente ordenado atrae poderosamente a investigadores y académicos de todo el mundo y es uno de los más consultados. De él extrae Lumen en una edición recopilada por Ivonne Bordelois y Cristina Piña las cartas que se incluyen en "Nueva correspondencia". Algunas fueron enviadas desde Buenos Aires, otras desde Nueva York (destino al que le llevó una beca) o París (su amada ciudad adoptiva, donde residió durante tres años). Unas iban dirigidas a sus familiares y amigos, otras a grandes personalidades de la cultura del siglo XX como Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares o Silvina Ocampo, pero en todas ellas se adivina la lucidez y el inmenso talento literario de su autora.
Si los poemas o el diario muestran la cara más íntima y críptica de la malograda Alejandra Pizarnik, las cartas ofrecen una visión más cercana y amable de su persona. Divertida en ocasiones, humana, generosa, reflexiva, aguda, inteligente, sensible y magnética, la correspondencia de esta poeta para la que escribir era una actividad necesaria pero peligrosa es una pieza imprescindible en el magnífico puzzle de su particular universo.