El escritor
Jesús Carrasco saltó a la fama en 2013 con su primera novela titulada "
Intemperie", obra que obtuvo multitud de prestigiosos galardones y que lo consagró como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional. Tres años más tarde presentó "
La tierra que pisamos", novela ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea 2016.
Bruno Montano ha tenido el placer de entrevistarle para Trabalibros con motivo de la reciente publicación de su última obra, "
Llévame a casa", "una gran novela sobre la familia, los lazos que nos unen y las heridas que nos distancian" (editorial
Seix Barral).
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Bruno Montano (B.M.): La madurez, en el sentido fuerte del término, llega a nuestras vidas justo en el momento en que dejamos de depender de otros y otros (hijos, padres…) empiezan a depender de nosotros. “
Llévame a casa” es una novela familiar de aprendizaje en la que el protagonista principal debe responsabilizarse del cuidado de su madre, pero no está preparado para ello. Debe realizar un trabajo interior previo de gran envergadura existencial. ¿La responsabilidad que implica ser hijo es la gran olvidada en el mundo de las responsabilidades urgentes (paternales, laborales, fraternales…)?
- Jesús Carrasco (J.C.): No me atrevo a afirmar o negar con rotundidad ante tu pregunta. Creo que lo particular de la responsabilidad filial tiene que ver con que está disociada de la voluntad. Uno elige, en la mayor parte de los casos, si quiere o no tener hijos. Esa decisión conlleva una responsabilidad. Lo sabe el que toma la decisión y lo sabe la sociedad que le rodea. En caso de incumplimiento de esa responsabilidad, la sociedad, en última instancia, se la va a reclamar. Lo mismo sucede con el trabajo. Sin embargo, nadie nos pregunta si queremos venir al mundo ni a qué familia. Nuestros padres, por decirlo de algún modo, nos tocan en suerte. Dependerá de la calidad emocional de esa familia que los hijos se sientan o no interpelados en el momento en que sus padres necesiten ayuda. Imaginemos el caso de unos padres que abusen de sus hijos. ¿Qué ganas o qué responsabilidad pueden sentir esos hijos cuando sean adultos? ¿Con qué argumentos se les reclamaría el ejercicio de esa "responsabilidad"?
- B.M.: En una sociedad muy individualista como la actual nos olvidamos en seguida de nuestra propia vulnerabilidad e interdependencia, de que el basamento de toda cultura humana es dar y recibir, de que toda ligatio genera una obligatio. Quizás se habla poco de lo que
Carol Gilligan llama “
ética del cuidado”, cuyo principal mandato es hacerse cargo del otro, prestarle ayuda. ¿Necesitamos un giro ético en ese sentido, sobre todo el género masculino? ¿Es la “ética cordial” un paso necesario hacia la rehumanización de nuestras relaciones?
- J.C.: La carga ética de los cuidados rebosa cualquier teoría. Se observa a simple vista. Cualquiera que contemple una relación honesta cuidador-cuidado, se dará cuenta de su valor ético. Tengo la sensación de que las mujeres tienen mucho más claro ese concepto. Urge que los hombres nos incorporemos a esas tareas y no solo por motivos éticos. Hay otro imperativo: la justicia. No hay ninguna explicación para el hecho de que las mujeres, por su condición de mujeres, asuman una mayor (en ocasiones, mucho mayor) carga de trabajo que los hombres. Y yo soy el primero que se pone en la fila. Todavía tengo mucho que aprender y mucho que desaprender.
- B.M.: Tu novela está ambientada en pleno siglo XXI y en ella distingues claramente entre dos generaciones. Una, la de los padres del protagonista, que vinieron al mundo simplemente a “pasar un testigo” ancestral, un legado, y la generación siguiente, la de Juan, que vino “a hacer florecer sus respectivas individualidades”, sin preocuparse por su herencia. ¿Podríamos considerar como un sello generacional este “olvido” de nuestras obligaciones filiales?
- J.C.: Creo que en tu pregunta se mezclan dos planos. Uno es el de la ruptura entre dos generaciones y otra la idea de responsabilidad hacia los padres. A la segunda ya me he referido en una respuesta anterior. En cuanto a esa ruptura, sí, creo que es distintiva de esas dos generaciones. Hasta la generación de posguerra, la tierra, el negocio familiar, la profesión liberal de la familia, etc, ataban a los individuos. Para los que nacimos al final de la dictadura y nos criamos en democracia, eso cambió. Fuimos de los primeros que pudimos disfrutar de un sistema educativo público verdaderamente extendido y de calidad. Recibimos becas de estudios, obtuvimos titulaciones universitarias. Isabel, uno de los personajes femeninos de la novela, nació en Cruces, pequeño pueblo del centro de España y estudió ciencias biológicas. ¿Qué opciones laborales podría haber tenido en Cruces? Como ella, tantos titulados y trabajadores salieron y salen, no solo de los pueblos, sino de España, en busca de oportunidades en las que poder desarrollar sus respectivas profesiones.
- B.M.: Sigues en “
Llévame a casa” con tu obsesión literaria por los lugares que habitamos, por la marca que dejan los espacios, los territorios, los paisajes, en el alma de la gente y viceversa, porque, como dice
Andrzej Szczeklik, “el mundo existe para que lo llenemos con nuestro yo” y las cosas para que las toquemos.
- J.C.: Sí, reconozco esa obsesión por el lugar en el mundo y los objetos que nos rodean. Supongo que tiene que ver con la idea de lo permanente frente a lo mudable. Naufrago fácilmente en un mundo excesivamente etéreo. Necesito tocar las cosas, relacionarme sensorialmente con el mundo que me rodea. Lo virtual me deja siempre con una sensación extraña, de cierta pobreza.
- B.M.: En esta novela, además, te interesa algo que defines en el texto como “
familiaridad genética”, concepto que explica cómo la casa familiar, el nido, el hogar con todos sus objetos, olores, luces, ambientes, “forman parte de un cultivo a partir del cual emerge cada familia y evoluciona hacia su estado actual”.
- J.C.: Tiene que ver con mi anterior respuesta y con la cita de Szczeklik. Igual que las plantas (la mayoría) necesitan un sustrato físico para crecer, siento que los humanos necesitamos también un sustrato material en el que prosperar, un ambiente hecho de las mismas cosas que está hecho el cuerpo: tres dimensiones, materia, etc. La identidad, la personal y la colectiva, siempre se engarza en la materia, incluyendo al cuerpo en esa materialidad.
- B.M.: El protagonista principal, Juan, vuelve a casa desde
Edimburgo -su “refugio-paraíso del norte”-, se reencuentra en el seco centro de España con su origen y experimenta poco a poco una renovación de su mirada sobre la realidad en la que nació y se crió (“su mirada se ha movido del lugar”). Su entorno se re-significa y paulatinamente hay un cambio de conciencia. Juan empieza a “ser plenamente consciente de lo que sucede a su alrededor”, empieza a pensar “fuera de su piel”.
- J.C.: Ese es el gran movimiento de la novela. Muy pequeño en apariencia, inadvertido para cualquiera que no sea él mismo o los que le rodean, pero radical. La novela es una invitación a, como apuntas, re-significar lo que nos rodea. A dotar a lo cotidiano de una nueva carga.
- B.M.: “
Intemperie”, tu gran éxito, es una novela oscura que transcurre bajo un sol implacable. Es la historia de la ruptura de un niño con su familia y su búsqueda de “agua”. “
Llévame a casa”, por el contrario, es la historia de una sutura, de alguien que viene del agua del norte hacia lo seco, hacia donde están las semillas de lo que es. En este sentido, es luminosa o iluminadora. Cuenta cómo “algo dentro” del protagonista, “no su voluntad”, le hace tomar una decisión trascendente que cambia su vida.
- J.C.: El viaje de Juan comienza con una obligación. Si por él hubiera sido, hubiera continuado a sus cosas, sin prestar demasiada atención a lo que dejó atrás. Pero la vida es tozuda. Hay un refrán que me gusta mucho y que bien podría haber firmado un estoico: la vela propone y el viento dispone. Da igual que pongamos toda la intención en dirigirnos a uno u otro lugar. Al final ese viaje solo se producirá si la vida lo permite.
- B.M.: Hablando de “Intemperie”, a todos nos impresionó el excepcional despliegue léxico que desarrollaste en esa novela. En “Llévame a casa” el despliegue no es de esa magnitud, pero tu obsesión por la precisión lingüística sigue muy presente.
- J.C.: En este caso, más que como obsesión, me tomo ese hecho como un imperativo. ¿Qué sentido tiene dedicarle meses o años a un texto si se va a quedar en la superficie de las cosas? El léxico nos ayuda a penetrar hondamente en la realidad, aporta resolución a la imagen que ofrece lo literario. Miro estos días las fotografías que está captando el Perseverance, el rover de la NASA y lo que me embelesa son los detalles geológicos. Marte ha pasado de ser una esfera roja en el espacio a un desierto con laderas, pliegues, capas pétreas, fino polvo, micro cráteres, huellas de las ruedas del propio vehículo. Eso es lo que, en mi opinión, consigue la precisión lingüística: acercarnos al objeto hasta descubrir en él maravillas que no creíamos posibles.
- B.M.: “La catarsis de Juan llega en mitad de la noche”, afirma el narrador. Y llega en forma de llanto inconsolable, llanto originado “por una pena primigenia y enclaustrada. Un fuego como el que habita en el interior de la Tierra: es inútil querer apagarlo”. ¿La purificación a través del dolor es más eficaz que el convencimiento dialéctico? ¿Sirve el sufrimiento también para liberar amor?
- J.C.: Solo puedo hablar a partir de mi experiencia personal. Cuando he aprendido algo verdaderamente importante, generalmente, ha habido dolor en el proceso. Me hubiera gustado que hubiera sido de otro modo, meramente dialéctico, quizá, pero no ha sido así. Creo que el dolor no solo nos hace ser más conscientes de determinado problema. También tiene una función como sutura. El recuerdo del dolor nos protege a la hora de cometer los mismos errores. En cuanto a la relación entre el amor y el sufrimiento, ahí si que no lo tengo claro. A priori el amor debería ser opuesto al sufrimiento pero hay algo verdaderamente profundo en nuestra cultura que relaciona una cosa con la otra. Jesús murió torturado para salvarnos. Un hombre se desangra clavado en unos maderos para recordarnos que el amor es lo importante. Me resulta muy difícil comprender esa imagen fundacional de occidente.
- B.M.: En un momento dado, Juan intuye una conversación con su hermana (gran recurso técnico-narrativo que el narrador intuya o imagine como posible una conversación inexistente y la plasme de forma minuciosa), en la que ésta le recomienda la lectura de un diálogo de Séneca acerca de la brevedad de la vida. Recuerdo que el mensaje de este diálogo era que no recibimos una vida corta, sino que la hacemos corta; que no somos indigentes de ella, sino dilapidadores. ¿Aceptarías como conclusión de tu libro que todo lo que invertimos en los afectos fundamentales alarga generosamente nuestra vida y el resto la dilapida?
- J.C.: En ese diálogo Séneca le dice a Paulino que, salvo en unos pocos casos, la vida abandona a la mayoría de la gente en pleno disfrute de la misma. El tiempo está contado, dice Séneca. No es posible, de momento, manipular esa variable, es decir, hacer la vida tan larga como se deseé. La reflexión del filósofo es, no puedo alargar la vida pero sí que puedo ensancharla. Puedo dedicar mi limitado tiempo a cosas verdaderamente importantes y no "a los deberes de la cortesanía", como dice en un momento. No se me ocurre nada más radicalmente importante con que llenar la vida que con verdaderos afectos incluido, de modo destacado, el afecto por uno mismo.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Jesús Carrasco el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Seix Barral el haber hecho posible este encuentro.
Nota: Fotografías (C) Ivan Giménez – Seix Barral.