Ann Hidden es una mujer compleja, extraña, inamistosa, contemplativa. Pasiva pero independiente. Tranquila pero sin ninguna serenidad. Obstinada y concentrada a todas horas. Su vida, "casi invisible", se centra en la música. Es una afamada compositora y concertista de piano. A Ann le gusta marcharse, le produce "una enorme exaltación tener la seguridad de la partida". En lo más profundo de ella misma siente la necesidad de estar sola y tras una infidelidad de Thomas -su marido- decide "apagar su vida anterior", abandonándolo y dejando también su trabajo y su hogar ("ese lugar donde se nos perdonan nuestros defectos, donde se da acogida a nuestras debilidades").
Con el apoyo de George, un viejo y querido amigo al que acaba de recuperar por casualidad, la pianista viaja a la isla italiana de Ischia y se instala en Villa Amalia, una abrupta residencia sobre el mar, buscando cualquier "ángulo de invisibilidad" en el que sentirse a gusto, disfrutando de su soledad ("Nadaba sola. Andaba sola. Comía sola. Leía en su rincón") y tratando de encontrar aquello que le faltaba ("la mancanza") y en lo que presumía que le iba a gustar extraviarse.
En la isla descubre que la pena es anterior y más pura en nosotros que la belleza y que esta última se presenta siempre mezclada con el dolor, que los que no son dignos de nosotros no nos son fieles, que la vida entre hombres y mujeres es una perpetua tormenta, que los presentimientos misteriosos suscitan repentinos atrevimientos, que amar es querer desaparecer en lo amado, que el alba enternece, que la "obstinación pasiva" puede desgraciar una vida, que entre dos personas puede haber un silencio y una luz misteriosamente intensos, que los niños eligen siempre al dios más antiguo, que el deseo sexual recobrado embellece el cuerpo, que hay penas imposibles de curar y que el tiempo sólo las amplifica.
Una desgraciada muerte ocurrida en la isla hace su vida en ella insoportable y decide volver a Francia, sacrificando al dolor su hermosa villa sobre el mar. Vuelve a la música, que cada vez es más triste y salvaje, y a su obra convertida ahora en una llamada "a sus perdidos". Ya no quiere recibir nada de nadie, ni esperar nada de nadie, ni depender de nadie. Vuelve a George, al amigo y al silencio.
Ann y George tienen la misma edad, el mismo pasado. Tuvieron las mismas maestras. Aprendieron juntos a leer y a contar. Sus gustos son casi los mismos y su entendimiento mutuo perfecto. La necesidad que sienten el uno del otro "remite a un viejo reino" en el que las palabras amor y matrimonio no existían. Se aman como niños de seis años, es decir, se calman los dolores, se consuelan los llantos, se vigilan el sueño, se curan las heridas; en definitiva, intentan salvar al otro de la muerte.
Pero esto no basta, no es el paraíso. Aunque quizá sea lo mejor que pueda ocurrirnos para salvarse de la insidiosa presencia del dolor y de la soledad, no es suficiente para librarnos de ese desamparo original que precede a cualquier sentimiento.