Corre el año 395 d.C. Apronenia Avitia tiene 51 años. Esta patricia romana vive en tiempos turbulentos para Roma. El imperio se descompone, el partido cristiano va desbancando a los dioses tutelares romanos, los edictos de Teodosio y de Honorio prohíben rendir culto no cristiano a cualquier estatua. Algunos romanos huyen y se refugian en las costas de África. Ya empieza a oler a Edad Media. "Desde el triunfo del cristianismo la vida era menos alegre, las villas, vías, templos, teatros y termas a falta de cuidados se convertían en ruinas y poco a poco se caían en pedazos. Antes de que los cristianos tomaran el poder, los libros estaban mejor escritos, la vida era más tranquila y más feliz, los precios menos elevados, las mujeres más bellas, deslumbrantes y deseables, las residencias más grandes y espléndidas, la alegría más contagiosa, la luz más resplandeciente, los sonidos más puros, el olor de los sexos más exaltante y almizclado; incluso las sardinas y las salchichas asadas sabían de otro modo".
En este complejo contexto sociopolítico y religioso Apronenia Avitia empieza a escribir con su punzón "extrañas y breves notas" en tablillas de oloroso boj. Omitiendo cualquier consideración histórica, esta noble romana al escribir se centra en la intrahistoria, en las microefemérides cotidianas, en lo que Pierre Michon llamaría "vida minúscula". Estas anotaciones en forma de agenda son conocidas como "buxi".
Mientras el mundo a su alrededor se desmorona ella apuntala su vida por escrito. Son unas notas apresuradas que no aspiran al estilo, ni a la publicación, ni al reconocimiento. Son la leve cimentación de una vida ociosa que necesita mostrarse, hacerse visible a través de la palabra. Podríamos llamar a estas notas un diario (escrito muy singular para la época), en el que las inscripciones van jalonando el curso cotidiano de la vida con una miscelánea compuesta por reflexiones filosóficas, asientos contables, listas de la compra, escritos autobiográficos, recuerdos...
Apronenia Avitia es contemporánea de San Agustín, sin embargo su texto dista mucho de las famosas "Confesiones" del obispo de Hipona. Se parece más a los "libros maestros" redactados por los ricos o aristócratas de la antigüedad. No obstante y a pesar de la concisión de estos escritos consiguen evocar -más que retratar- la figura y el espíritu de una mujer inteligente, observadora, apasionada, poseedora de una sabiduría mundana y una prudencia propias de una maestra del arte de vivir.
Pascal Quignard inventa un personaje fascinante en un acto de escritura singular, un texto fragmentario que a su vez da lugar a un acto de lectura creativa, de lectura reconstructiva, que nos permite intuir que en el fondo no somos más que lo que queda en el cedazo de la memoria, "pequeños charcos de tiempo derramado".