Alicia creció lejos de todo, en el seno de una familia de guardeses de una hacienda minera en un pequeño pueblo brasileño. Era la cuarta de los siete hijos que tuvo una pareja desgastada y volcada en el tedioso trabajo del cuidado de la finca. Sus antepasados eran emigrantes mongoles procentes de la actual República de Kalmykia.
La pequeña se mantuvo sin apenas contacto exterior hasta casi la adolescencia. La comunicación entre su familia era casi inexistente y no tenía vecinos alrededor. Vivía en una casa de barro y vigas de madera construida por sus padres en un rincón de la hacienda, soportando unos inviernos crudos y unos veranos abrasadores. Pero Alicia sufría, además, otro tipo de mal: el de sentirse distinta a los demás, el de la soledad y la incomprensión.
Alicia se sabía diferente. Tenía un magnífico don: era dueña de una curiosidad innata que la impulsaba a buscar el conocimiento. Pero esta fantástica cualidad que no podía desarrollar era, a su vez, la que le impedía encajar en un entorno como el suyo. En realidad, Alicia era "una niña inquieta intelectualmente a la que aquella realidad suya le impedía crecer como la persona creativa e imaginativa que era".
A la edad de trece años, un incidente inesperado cambió el rumbo de su vida y la obligó a atravesar medio continente con toda su familia. En este punto es donde da comienzo la segunda etapa de su vida.
La forma en que Alicia conoció a Luis no deja de ser pura anécdota. Las razones que llevaron a esta joven de dieciocho años a enamorarse de un hombre que ya pasa de los cincuenta carecen de importancia. Las décadas que les separan parecen, en su caso, ser más una ventaja que un obstáculo. La esencia de su relación reside en una combinación entre afán de conocimiento y pasión vital, fusión mágica que surge siempre que están juntos. Ambos comparten el ansia por saber y la fascinación por la vida, pero mantienen al respecto posiciones diferentes, aunque complementarias: la joven e inquieta Alicia es el motor que pregunta y estimula, mientras la mente científica de Luis, el Gran Sabio, aporta el conocimiento, la cultura y la experiencia.
Alicia y Luis nos hacen partícipes de sus confidencias y reflexiones. La intuición, el funcionamiento de la memoria, las facultades sociales, los universos paralelos, la felicidad o el intrincado laberinto de las emociones son sólo una pequeña parte de los temas sobre los que versan sus conversaciones, todos ellos inherentes a la condición del ser humano. Asistiendo a sus debates nos sumergiremos en un proceso de aprendizaje sobre nosotros mismos, a través del legado "de personas sabias, de investigadores y científicos que han tenido la osadía de romper barreras, de superar los límites heredados o las imposiciones del pensamiento rígido y descubrirnos avances y nuevos conocimientos científicos que creíamos imposibles".