"¿A usted le interesa la muerte?
Monteiro Rossi esbozó una ancha sonrisa, y eso le incomodó, sostiene Pereira. Pero ¿qué dice, señor Pereira?, exclamó Monteiro Rossi en voz alta, a mí me interesa la vida".
Sostiene Pereira que su primera intención era contratar los servicios de un colaborador externo que le echara una mano con la sección cultural del periódico. El
Lisboa, que hasta entonces se había ocupado de ofrecer información de poco calado, se había decidido a incluir entre sus páginas una sección cultural y
Pereira pensó que él solo no podría realizar todo el trabajo que la nueva sección precisaba. A
Pereira le preocupaba sobre todo la redacción de la necrológica de escritores fallecidos; si se produjera la muerte repentina de un autor importante cualquier sección cultural que se precie debería incluir una nota especial sobre su vida y obra. La rapidez en esos casos a la hora de publicarla era crucial, sostiene, y el único modo de lograr esta inmediatez era tener la necrológica escrita de antemano.
Monteiro Rossi le pareció el candidato idóneo para el trabajo. Este joven periodista había escrito un artículo muy bueno sobre la muerte y probablemente le serviría de gran ayuda. La sección cultural del
Lisboa, un periódico libre e independiente que no estaba en absoluto interesado en meterse en política, contaría en breve con la participación de una nueva pluma.
Era el veinticinco de julio de mil novecientos treinta y ocho y en
Lisboa se respiraba un clima social y político difícil. En la ciudad se había declarado el estado de sitio, la dictadura de
Salazar pesaba en el ambiente de Portugal y toda Europa se hallaba impregnada de un fétido olor a muerte.
Pereira se dirigió hacia la Praça da Alegria, el lugar donde había concertado el encuentro con su futuro ayudante. Allí explicó a
Rossi sus intenciones y cerraron el trato. A partir de entonces el chico debía enviarle con cierta periodicidad los artículos convenidos.
Las necrológicas llegaban con cuentagotas a las manos de
Pereira, manos que sentía cada vez más temblorosas según las iba leyendo. Textos sobre Federico García Lorca o Filippo Tommaso Marinetti en lugar de Bernanos o Mauriac, escritores estos últimos mucho más correctos, políticamente hablando. Todos ellos eran artículos peligrosos, provocadores, opuestos al régimen, imprudentes, subversivos y de una inconsciencia enorme. A pesar de las instrucciones que le daba al chico las notas que recibía seguían siendo, sostiene, impublicables.
A
Pereira le gustaría haber advertido a
Rossi. "Si escribe con las razones del corazón, va usted a tropezarse con grandes complicaciones", le podría haber dicho. Es importante dejarse guiar por la razón, fabricarse convicciones firmes que sirvan para escoger el camino más conveniente. Pero
Pereira también sabía que "es difícil tener convicciones precisas cuando se habla de las razones del corazón".