"La regla de vida que me doy a mí mismo: 1. aceptarse. 2. Hacerse cargo (asumir las responsabilidades que nos tocan). 3. Aumentar el cociente 'acciones autotélicas (que son fines en sí mismas)/ acciones instrumentales'. 4. Recibir lo que adviene como si fuera un regalo (porque lo es). 5. Estar ahí".
(Jorge Riechmann)
Vivir despiertos y conscientes no es una tarea nada fácil. Sin embargo, es la mejor manera de orientarnos hacia lo que los clásicos llamaban una "vida buena". No se trataría de buscar la perfección, sino de "evitar lo peor". No se trataría de lograr lo mejor ("lógica de maximización"), sino de contentarse con lo suficientemente bueno ("lógica de satisfacción"). Detenerse, desandar, desacostumbrar, dejar fluir, son actitudes que desactivan "la monstruosa rueda de la acumulación de capital".
Abrir los ojos y hacerse cargo, y pensar que, aunque ya no existan certezas absolutas, no debe resultarnos indiferente la cuestión de la
verdad, la cuestión de lo real, dentro de la cual se encuentra la trascendente cuestión del otro y todas sus implicaciones morales. El hombre es un ser limitado, pero dentro de esta limitación hay suficiente espacio para elegir, para pelear, y hacerlo con esperanza pero sin autoengaño, con pensamiento activo e indagador y no desiderativo. Y en este proceso, y como somos seres de lenguaje, usar la
poesía y la
filosofía para decir "nuestra propia palabra" contra los secuestradores de la razón y los productores de contenidos de conciencia. La condición humana es trágica, se trata de vivir luchando para asumir al final una inapelable derrota, renunciando al "ethos postmoderno" que asume esa derrota y se regodea en ella sin haber empezado a luchar.
Jorge Riechmann es un hombre que da clases de
filosofía y escribe
poemas y que forma parte de ese colectivo de gente que jamás viajaría a Marte. Escribe para tratar de entender y así ayudarse a sí mismo y, de rebote, a los demás y jamás herviría un huevo duro de una vez, pudiendo usar esa energía para hervir cuatro. Aboga por una cultura que persiga la libertad, el amor y la poesía y no la mayor fotodepilación para el mayor número de personas. Lleva medio siglo tratando de aprender a leer, enseña aprendiendo y suele acompañar a sus alumnos hasta que ellos mismos formulan sus propias preguntas filosóficas. Proclama a
Sísifo y al
barón de Münchhausen como los santos patrones laicos de nuestra sociedad actual y es consciente de que, como ensayista y poeta, no regala felicidad a sus lectores, cosa que sí son capaces de hacer los novelistas. Le fascinan por igual los senos de las jóvenes y las manchas pardas en el dorso de las manos de las señoras y se autoconstruye día a día haciendo una labor más de bricolage que de ingeniería. No se aburre nunca, toma distancia de su preciosísimo ego e intenta siempre fracasar bien. Se le puede encontrar en algún café acogedor junto a una amplia ventana con vistas a la calle, sentado en una mesita de mármol con un cuaderno mientras garabatea
aforismos y
haikus.