Cuando el comisario Kostas Jaritos se siente ofuscado o le atormenta la resolución de un caso no recurre a la violencia ni se macera en alcohol ni presiona a sus colaboradores ni aprieta las tuercas a los sospechosos ni se vale de los medios de comunicación para avanzar en la investigación. Lejos de eso, prefiere tumbarse en la cama o acomodarse en el sofá de su casa y consultar un diccionario antiguo, el Dimitrakos (casi un personaje más de las novelas), y buscar en el significado de las palabras una pista, algo que percuta en su cerebro y le ayude a deducir o asociar, a entender qué se le escapa y qué le sobra, por dónde tirar, qué hacer a la mañana siguiente cuando vuelva a su despacho de la Jefatura. Si eso no es toda una manifestación de principios y una declaración de amor al lenguaje que baje Platón y lo vea.
Pero ese viejo diccionario ya está desfasado, no incluye voces de nuevo cuño ni incorpora neologismos. Y algunas de sus acepciones han perdido su uso o su precisión. Grecia, y el mundo, han cambiado desde que se compilara aquel léxico y quizá por eso le resulta complicado al veterano policía de homicidios comprender determinados aspectos de su país y de sus conciudadanos.
Petros Márkaris, el laureado y respetado autor de esta exitosa saga de género negro, posee desde luego un estilo propio literario muy reconocible y también un universo imaginario poblado de personajes entrañables, entornos hostiles, refugios existenciales y hábitos diarios que se repiten en las distintas entregas y que permiten contemplar el conjunto de su obra como algo más que una sucesión de títulos. Ese empeño por retratar desde la sencillez y el costumbrismo, mostrando y no juzgando, la historia reciente de Grecia (del ocaso de la dictadura militar de los Coroneles hasta la época actual con la llegada masiva de inmigrantes a la isla de Lesbos, haciendo hincapié en la terrible crisis financiera y estructural de 2008 que tan duramente golpeó al estado heleno) se asemeja al de Benito Pérez Galdós en los Episodios nacionales, al de Cervantes en El Quijote y al de Marcel Proust con En busca del tiempo perdido (salvando las distancias, los contextos y las odiosas comparaciones).
Como escritor, Márkaris, apuesta por la estrategia del jugador de fútbol que sin destacar en nada concreto se revela sin embargo tremendamente eficaz e imprescindible para el equipo. No es un virtuoso verborreico ni lo pretende, no apela a los efectos especiales para impresionar al lector ni a las piruetas argumentales justificadas porque Deus ex machina, no se recrea en el drama o en el dolor o el victimismo, no es un patriota de pancarta ni un insoportable intelectual diletante, no lanza mensajes viscerales para arengar a las masas y los instintos, sus protagonistas apenas disparan balas ni hablan con frases lapidarias, no hay tramas inverosímiles ni héroes mitológicos. No da lecciones, y para contener esa tentación debe ser uno muy sabio.
Tanto en "Offshore" como en las que la preceden y las que vendrán (que sean muchas, esperemos) se aprecia y agradece esa coherencia narrativa y esa normalidad tan lograda, tan limpia y realista. Ya se enfrente Jaritos a la corrupción oficial, a la burocracia deshumanizada, a los políticos arribistas, a las multinacionales depredadoras o a un asesino en serie que pasaba por allí sus armas -sus herramientas mejor dicho- no varían. Tampoco sus anclajes y afinidades, la familia en primera línea, los aforismos caseros de su esposa Adrianí (su Sancho Panza particular), los sabrosos tomates rellenos de las cenas en la cocina, el café negro y el cruasán en la cantina de la comisaría, los sensatos consejos del anciano amigo comunista Zisis, la ilusión aún no malograda de su hija Katerina, la complicidad a veces tensa con su jefe Guikas, la sempiterna atascada ciudad de Atenas, el carácter mediterráneo y el Dimitrakos, por supuesto.
Todo ello, todos ellos, creador y creaciones, son parte del corifeo en un tragedia tan clásica como contemporánea en la que cabe el humor y la incertidumbre, la crítica y la bondad, la duda y el perdón; donde los dioses del Olimpo manejan caprichosamente los hilos pagando con dinero negro y los simples humanos van a la deriva cuando el imposible tráfico se lo permite. Un escaparate de luces y sombras equidistante entre el paraíso blanquiazul que venden las agencias de viajes y el alarmismo que despachan los agoreros de turno. Logos y Kháos. Literatura, a fin de cuentas.