"Para aquellos hombres consagrados a la escritura, la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén celestial y un mundo subterráneo situado en la frontera de la tierra desconocida y el infierno. Estaban dominados por la biblioteca, por sus promesas y sus interdicciones. Vivían con ella, por ella y, quizá, también contra ella, esperando, pecaminosamente, poder arrancarle algún día todos sus secretos. ¿Por qué no iban a arriesgarse a morir para satisfacer alguna curiosidad de su mente, o a matar para impedir que alguien se apoderase de cierto secreto celosamente custodiado?"
Quiso el Señor que el manuscrito que escribió de su puño y letra un novicio de la orden benedictina en el siglo XIV llamado
Adso de Melk no se perdiera y, transcripción tras transcripción, llegara a nuestras manos. En él relata una historia tan terrible como arrebatadora, que sucedió en una
Abadía de los Apeninos ligures de la cual, por prudencia, se prescinde dar su nombre; historia de la que el propio Adso asegura dar fiel testimonio y testifica como parte directamente involucrada en la misma.
Por aquel entonces al joven Adso le fue asignada la tarea de ejercer de amanuense y discípulo de fray
Guillermo de Baskerville, un sabio monje franciscano de origen inglés que debía desempeñar una misión promovida por las altas estancias eclesiásticas en la que pasaría por varias ciudades famosas y Abadías antiquísimas. Poco conoce Adso de la secreta misión, tan sólo lo que su mente es capaz de intuir hilando los retazos de conversación que mantiene de vez en cuando con su mentor. En todo caso, el principal cometido de Guillermo empieza a enturbiarse y a perder prioridad frente a unos hechos que tienen en vilo a toda la comunidad de la Abadía que están visitando.
Los monjes observan aterrorizados cómo se suceden una serie de muertes dentro de los muros de esta impresionante Abadía de los Apeninos italianos y no pueden dejar de relacionar los crímenes con pasajes del Apocalipsis. Parece que la llegada de
Guillermo de Baskerville ha sido providencial y será éste, acompañado siempre de su fiel discípulo Adso, el que pondrá en juego toda su perspicacia e inteligencia para tratar de resolver el misterio que encierra cada uno de los
asesinatos. Para ello destinará siete días a investigar con métodos más científicos que espirituales los secretos que se esconden en esta
Abadía benedictina, que alberga con orgullo una de las mejores y más completas bibliotecas de la Edad Media. Cada uno de los días dividido en sus correspondientes horas canónicas (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), división que
Umberto Eco, autor del libro, ha utilizado a su vez para separar los capítulos de la novela.
Las pesquisas que realiza el peculiar dúo de investigadores compuesto por
Guillermo y
Aldo parecen apuntar hacia la biblioteca, elemento primordial que de algún modo simboliza el corazón de la
Abadía, el espíritu de tan magnífica edificación, el núcleo en torno al cual se conforman el resto de estancias. Sus estrictas normas de acceso son indicios del enorme celo con el que se guarda la información allí depositada, celo que parece excesivo y hace pensar que "la
biblioteca está rodeada de un halo de silencio y oscuridad: es una reserva de saber, pero sólo puede preservar ese saber impidiendo que llegue a cualquiera, incluidos los propios monjes".
El lector que se aproxime a "
El nombre de la rosa", una obra apasionante, laberíntica y poliédrica, podrá adentrarse en ella a distintos niveles, según el bagaje que posea. El que esté poco habituado a la lectura disfrutará sencilla y gratamente de una historia de intriga quasi detectivesca creada por
Umberto Eco; el lector erudito de largo recorrido, amante de la cultura y de las ciencias humanas, será capaz de trascender a los niveles de lectura superiores que ofrece esta obra, detectando los matices, la ironía y las segundas intenciones del texto, escondidas en las abundantes citas, enigmas, acertijos, referencias y juegos literarios del mismo.