El psicoanálisis no ortodoxo, representado por Karen Horney y Erich Fromm entre otros, una vez superado el sesgo biologicista del freudianismo radical, se convirtió en una herramienta extraordinariamente eficaz en la investigación social. Este giro sociológico de la poderosa técnica analítica ideada por Freud la hace apta para investigar los procesos psicológicos de orden colectivo implicados en la formación de lo que Fromm definió como "carácter social". Para Fromm el hombre es un ser primariamente social, de ahí que la psicología individual sea en esencia una psicología social o, como la llamaba Sullivan, una psicología de las relaciones interpersonales. No existiría pues una "naturaleza humana" fija, sino que ésta poseería un dinamismo propio, resultado de la relación entre factores psicológicos, socioeconómicos e ideológicos.
Fromm observa que hay una parte de la estructura del carácter que es común a la mayoría de los miembros de un mismo grupo y que se ha desarrollado como resultado de experiencias básicas y modos de vida comunes del mismo grupo. A esta parte la llama "carácter social" y afirma que se forma por la "adaptación dinámica" de las necesidades de los hombres a los modos de existencia peculiares de una sociedad determinada.
Según Fromm el "carácter social internaliza las necesidades externas, enfocando de este modo la energía humana hacia las tareas requeridas por un sistema económico y social determinado". El individuo no sólo obra de conformidad a lo que le exige su comunidad, sino que también experimenta deseo de hacerlo y satisfacción psicológica al actuar como debe. El carácter personal es moldeado por la educación y la familia hasta aproximarlo al "carácter social", de forma que los deseos individuales coincidan con las necesidades colectivas. Esto no significa que exista un determinismo cultural absoluto pero sí un ajuste interesado, sobre todo desde el punto de vista práctico y material, entre el individuo y su matriz social.
Aplicando estos principios Fromm en "El miedo a la libertad" llega a la conclusión de que el proceso de individuación que arranca en el período de la Reforma y llega hasta nuestros días provocó dos importantes efectos: por una parte liberó al hombre de los vínculos tradicionales, dándole mayor libertad e independencia personal, pero también y como consecuencia de lo anterior, aumentó el sentimiento de desarraigo, soledad e insignificancia que experimentaba este mismo hombre frente a la inseguridad total que deviene de la libertad total. Este "miedo a la libertad" estaría en la raíz psicológica de los regímenes fascistas y totalitarios. La democracia necesita por lo tanto individuos que no evadan la libertad, con voluntad y pensamiento propio, que no manifiesten una "conformidad automática" a lo socialmente prescrito, sino que permitan a su personalidad expandirse, actualizando todas sus potencialidades volitivas, intelectuales y emotivas.