En los años 60, escribir una novela sobre el racismo era una empresa arriesgada. Los rescoldos de la vieja Guerra de Secesión todavía crepitaban en el recuerdo de muchos estadounidenses y la Ley de Derechos Civiles aún era concebida como una idea alocada entre los pensamientos de un jovencísimo John Fitzgerald Kennedy. Harper Lee se atrevió entonces a zambullirse en aguas en las que otros no habrían osado siquiera meter el pie. Así nació en 1960 "Matar a un ruiseñor". Un Premio Pulitzer y una adaptación cinematográfica galardonada con Oscar después demostraron su potencial para convertirse en lo que es hoy: uno de los clásicos más aclamados de la literatura americana.
"Matar a un ruiseñor" cuenta la historia del abogado antirracista Atticus Finch, al que le es asignado un caso de extrema gravedad y controversia: la defensa de Tom Robinson, un hombre negro acusado de violar a una joven blanca. El argumento está narrado desde la perspectiva de su hija, Scout Finch. Más que el proceso judicial en sí, el libro se centra en la conciencia colectiva, en la percepción de la cuestión racial que tienen los diferentes habitantes de Maycomb, un pequeño pueblo de Alabama.
Los sucesos de la obra se relatan con una naturalidad arrolladora. La marcada cotidianidad que exhalan cada una de sus páginas y sus fieles similitudes con un día a día normal llevan a pensar que Harper Lee no hace más que plasmar sobre el papel lo que experimentó de primera mano. Y es que, en "Matar a un ruiseñor", la ficción no dista en absoluto de la realidad. De hecho, los personajes de la trama se sienten tan reales que no resulta difícil identificar a Scout Finch con la autora, y a Atticus Finch con su propio padre.
Otro aspecto destacable es el punto de vista narrativo. La acción nos sitúa dentro de las botas de los niños y a través de ellos el lector vive una experiencia única. Las atrocidades que se cometen en Maycomb son observadas desde su mirada virgen e inexperta, desde su insaciable curiosidad por aprender cosas nuevas y, sobre todo, desde su inocencia, que prematuramente va evolucionando hacia el razonamiento pausado y elaborado característico de la madurez. De esta manera, Harper Lee logra despertar en nosotros un sentimiento de compasión y protección que se repetirá con claras diferencias, pero igual acierto en "El niño con el pijama de rayas", de John Boyne.
Es difícil recoger aquí todas las reivindicaciones sociopolíticas que contiene la novela. Sin embargo, sí que considero que pueden resumirse en un principio: no existen los superhéroes. Es imposible creer que un solo hombre pueda cambiar la mentalidad de toda una comunidad, forjada durante un centenar de años y arraigada fuertemente a lo largo de las generaciones. No. Quizá no pueda cambiarla. Pero sí que puede ser el faro que ilumine el camino a seguir. Sí que puede ser la primera gota de la tempestad que demolerá el racismo para siempre. Esa gota, ese ejemplo modélico de comportamiento se llama Atticus Finch.
Todo esto es "Matar a un ruiseñor". Una novela escrita directamente desde el corazón y tratada con una honestidad deliciosa e insustituible, que pondrá de nuevo al lector las gafas de la infancia para que pueda ver a través de sus lentes una sociedad repleta de prejuicios, hipocresía y mezquindad. Apenas trescientas páginas le bastaron a Harper Lee para engendrar una obra imprescindible que rebasa con creces los límites de lo literario y esgrime uno de los alegatos a favor de la igualdad más trascendentes y emotivos de la historia de América. A veces, con eso es suficiente.