Una frase en este libro espléndido: “Contar es bueno”. Seguramente es así. Lo que no se cuenta es como si nunca hubiera existido. Las páginas de "
Mal de ojo" (Kolima Books) van de eso: de la necesidad de contar historias. También lo dice una de las voces que puntean el relato: “Mi abuela sabía contar historias”.
La autora de "Mal de ojo2,
Pilar Carrillo, ya lo demostró en su primera novela ("
Lluvia de agosto"), publicada en la editorial El nadir hace cinco años: sabe contar historias, como la abuela de La amante, uno de los capítulos del libro. Digo capítulos: no relatos. Cierto que hay espacios libres para que esos capítulos puedan ser considerados autónomamente como relatos aislados. Yo creo que la mejor opción es leerlos como un territorio común, como una sola historia contada en una polifonía de voces que construyen finalmente ese paisaje moral que a mí siempre me ha interesado: el que surge de los personajes insignificantes, de los sitios que no aparecen en los mapas, de esa pequeñez que suele ser el lugar más extenso y complejo del mundo.
Ahí, en ese espacio tan reducido, sucede todo.
Ahí, en ese no espacio, habitan todos los personajes del planeta.
Ahí, en las páginas de este libro lleno de olores a monte y sabores a hierbajos de hechicería, hallamos las historias que nos van a trasladar a lo más profundo de nosotros mismos.
Ahí, en los renglones inmensos de este libro magnífico, descubriremos que eso de lo rural, cuando lo vemos desde el punto de vista de la compasión urbanita, es una tontería que se merecería -por lo menos- que quien la dice tuviera que cumplir su falta trabajando para la comunidad a través de los servicios sociales del ayuntamiento urbanita.
Ahí, en "
Mal de ojo", de
Pilar Carrillo, vamos a encontrar esa necesidad insobornable de escarbar en las raíces de la tierra, de juntarnos con esas raíces, de sacar a flote el tiempo que nunca nadie podrá nunca arrebatarnos.
Ahí, en esa historia común con la tierra y los personajes que la habitan, el poema de Antonio Gamoneda cuando le cambio la tierra por la música: Antigua, vieja es/la música, mas no/muere nunca; ved:/ su materia aún es/alimento y combate,/aún mi corazón/necesita sus alas.
En este libro lleno de tiempo -es la mejor señal: cuando el tiempo se juega mal en las páginas de un libro es la mejor señal de que el libro no vale nada- no faltan los sueños, la mirada del estupor ante la milagrería de lo fantástico, lo que sucede entre la vida luminosa del día y la extrañeza de la noche. Alguien no duerme porque tiene miedo a que lleguen los sueños. Alguien lee este libro y es como si poco a poco hubiera ingresado en un remolino de tiempos y espacios y personajes llegados de otro tiempo, de otro espacio, de otros personajes que intuimos como ya conocidos, por más que nos suma la lectura en protagonistas convictos y confesos de la extrañeza.
Entrar en las páginas de este relato de relatos es como cuando entras en un sitio y ya no tienes ganas de salir. Como dice uno de los personajes en este diálogo:
- No te gusta salir de aquí, ¿verdad?
- ¿Para qué? Por ahí no hay nada. La gente y sus cosas. Nada.
Un libro -si es bueno- es un lugar excelente para quedarse a vivir.
A lo mejor les pasa a ustedes eso cuando se adentren en las páginas de "
Mal de ojo".
En la parte que me toca, aquí, en estas líneas, les curso mi propia invitación.