Entre el 25 de abril y el 22 de mayo de 1949
Julien Gracq estrenó "
El rey pescador" en el teatro de Montparnasse. La
crítica francesa se cebó injustamente con esta obra, criticando "su oropel gótico y su ascetismo laico". Como reacción a este ataque en enero de 1950
Julien Gracq publicó en la revista
Empédocle (creada y dirigida por
Albert Camus) "
La littérature à l´estomac" (traducida al español por
Nortesur con el título de "
La literatura como bluff"), un breve texto de tono panfletario en el que no deja títere con cabeza en el panorama literario francés de la época, arremetiendo contra la falta de
criterio literario de los lectores en general y la incapacidad de la
crítica en particular para ejercer de "intermediarios elocuentes" entre autor y lectores.
Para
Julien Gracq el
crítico debe ser un lector ideal, atentísimo, cuya labor sería mostrar, a quienes quieran leerla, por qué una obra es bella y por qué le gusta a él. El
crítico debe convencer al
lector "con un procedimiento que nada tiene que ver con presupuestos, resúmenes, temas, influencias, adscripciones a tal o cual escuela, divulgaciones o referencias al contexto histórico, social o cultural; nada que sea distinto de la obra misma, nada que gire en torno a ella sin hallar su especificidad, su carácter único, pues se termina relacionándola con lo más o menos peregrino para dotar de sentido a un trabajo obligatorio que no vocacional". Pero por desgracia la
crítica acaba convirtiéndose en un apéndice más de la maquinaria editorial y mediática que mueve el negocio del
libro.
La
literatura, intimidada por "lo no literario", o bien pierde su independencia y dignidad pasando a ser una industria del entretenimiento destinada a lectores pasivos y acríticos o bien se ideologiza, convirtiéndose los
libros en catecismos transmisores de ideas éticas, estéticas o políticas, con aspiración a ser dogmas. Las nuevas camadas de
escritores "adiestrados para enderezarse sobre los cuartos traseros desde que nacieron" animan el circo literario y lo cuantitativo -las ventas, los
premios, las
reseñas- desplaza el esfuerzo cualitativo en la lucha con las palabras. Los escritores quieren ser más importantes que sus obras, quieren ser ellos mismos su obra. Su vanidad es su prioridad, que hablen de ellos aunque no les lean. Buscan una posición y una audiencia en vez de intentar desaparecer detrás de su obra.
Frente a los ataques que sufre la
literatura por todas partes
Gracq propone actos de resistencia individuales, refugiándonos en nuestro propio
criterio literario, en una interioridad del gusto cultivada a base de
lecturas obsesivas, imprescindibles, vivificantes, embriagadoras, fertilizantes, hacia las que dirigiremos "una mirada sin pudor, sin miramientos, semejante al deseo desnudo de la carne preferida.