César Mallorquí fue un ávido lector desde niño. Su padre le inculcó un amor precoz por la literatura que le convirtió en un auténtico ratón de biblioteca, de esos que ya no quedan. Él mismo reconoce que los mejores libros que atesora cayeron en sus manos cuando era joven. Que los disfrutó como un enano al no tener otra preocupación que ocupara sus pensamientos. Precisamente por ese motivo se decidió a escribir novelas para adolescentes. Como una forma de recompensar a esa parte nostálgica de su ser, recurriendo a los viejos tiempos para evitar así enfrentarse a la crudeza de los nuevos.
"
Las lágrimas de Shiva" es la historia de Javier, un chaval normal y corriente que se ve obligado a pasar una temporada en Santander con sus tíos y primas, a los que apenas conoce. Lo que no sabe es que las paredes de
Villa Candelaria –la casa en la que se hospeda– abrigan un secreto celosamente guardado durante generaciones…
Como todo buen libro concebido para los jóvenes, la prosa del autor es especialmente ligera, pero con unas pinceladas poéticas que hacen que sus páginas despidan ciertos destellos de magia en algunos puntos.
Para despertar la atención del lector no se recurre a palabras malsonantes ni a chascarrillos soeces, sino que será la propia personalidad de cada personaje la que nos mantendrá enganchados a la narración. Tanto el protagonista como el resto del elenco tienen aspiraciones muy mundanas en las que resulta imposible vislumbrar una doble intención o un trasfondo enrevesado fruto de horas de reflexión. De esta manera, no se busca que escarbemos entre las páginas una suerte de lección vital, sino simplemente que la novela nos brinde un buen rato de entretenimiento.
Mallorquí trata también de fomentar la pasión por la lectura, como ya hiciera su padre con él tantos años atrás. En determinados momentos de la trama aparecen diseminados varios pasajes de publicaciones de indiscutible renombre, como "
El viejo y el mar", de
Hemingway, "
El guardián entre el centeno", de
Salinger o "
Frankenstein", de
Mary Shelley. Un halo de añoranza y sincero cariño rodea a estos libros. Como si el autor reservara para ellos un lugar especial de la estantería. Lo mismo sucede con el alunizaje de
Armstrong en 1969, otro hito que recibe un tratamiento diferente solo porque ayuda a despertar en todos los que lo vivieron unos recuerdos irreemplazables.
La moraleja de la historia no destaca por ser original ni por lanzar un mensaje que cale hondo en nuestro interior, sino más bien, por reiterar aquellos trópicos bien conocidos por el grueso de la población. De entre todos, los que se alzan con más fuerza podrían ser el del amor como sentimiento intenso e inexplicable que surge en las circunstancias más insólitas; el del rencor como parásito que ensombrece nuestro corazón y nuestra actitud ante la vida; o el de la certeza de que solo a través de las segundas oportunidades se llega a intimar con una persona por completo.
Pero si hay algo que la novela deja claro tanto a jóvenes como a adultos es la necesidad de soñar de vez en cuando, de permitir a la mente campar a sus anchas, divagar por las nubes, perderse en un mundo más allá de nuestra comprensión y nuestro alcance. Debemos aparcar por unos instantes nuestra visión pragmática y apegada a la vida real. Puede que allá afuera, en esos puntitos brillantes que observamos desde el alféizar de la ventana, se esconda la respuesta a todas nuestras preguntas.
Nada es complejo en "
Las lágrimas de Shiva". Y por eso es una lectura amena, con personajes caricaturizados pero que cumplen con creces su función y con un espíritu evocador sustentado en la lírica que nos dibujará una sonrisa en la cara hasta que lo acabemos. Una obra perfecta para desconectar de las responsabilidades cotidianas y alimentar nuestro yo creativo.