"
La sombra del viento" resultó ser un éxito apoteósico. Traducida a más de treinta idiomas, la primera novela de
Carlos Ruiz Zafón dirigida a un público adulto logró abrir las oxidadas y vetustas puertas de la gran literatura, llegando a codearse con el mismísimo
Miguel de Cervantes. Poco después de su publicación, el catalán anunció que bajo ningún concepto se quedaría dormido en los laureles y que la historia de Daniel Sempere formaría parte de una tetralogía. En 2008 vio la luz "
El juego del ángel", la segunda entrega de "
El Cementerio de los Libros Olvidados".
"El juego del ángel" cuenta en primera persona la historia de
David Martín, un talentoso escritor venido a menos que un día recibe una suculenta oferta por parte de un enigmático editor: escribir una novela a cambio de una astronómica suma de dinero…
En cuanto al estilo narrativo, Zafón se mantiene fiel a la pluma que tantos lectores le había granjeado años atrás, pero con una variación significativa. De nuevo, las descripciones de los escenarios rezuman un perpetuo aroma a misterio y magia. El lector vuelve a tener la sensación de que
Barcelona respira por voluntad propia como un personaje más que sobrevuela la narración. Pero, en esta ocasión, el autor otorga a la trama un tono introspectivo y profundo, con el que se garantiza una comprensión casi absoluta de todas las acciones y actitudes del protagonista.
Una vez en las botas de David Martín, descubriremos cómo una densa capa de oscuridad va cubriendo poco a poco las páginas para, finalmente, envolverle también a él. Se recupera el viejo tópico –que ya cultivó
Edgar Allan Poe– del escritor incomprendido y deprimido, de sueños rotos y ambiciones quebradas por la mala fortuna que le ha sacudido en el pasado. Las largas jornadas de reflexión del protagonista se interrumpen bruscamente con los vuelcos argumentales típicos del género policial, también presentes en "La sombra del viento".
Pero, quizá el detalle más distintivo del libro sea la difusa línea que separa la realidad de la ficción.
Zafón se mueve constantemente entre la consciencia y el delirio, mostrando situaciones cuya veracidad solo David puede verificar. El resto de personajes se mantienen al margen, lo toman por loco o se preocupan por su decadente estado de salud. El protagonista se devana los sesos tratando de hallar una explicación lógica y, al no dar con ella, su cordura se va apagando paulatinamente a medida que la frustración y un creciente sentimiento de derrota se instalan en su interior. El autor expone de esta forma una idea magistral: si el narrador no es capaz de distinguir lo que es real de lo que no, nosotros, como lectores, tampoco.
La moraleja de "
El juego del ángel" no es más que la contraparte de la de "La sombra del viento". En la primera parte de la saga,
Daniel Sempere establece, junto con el libro escogido, un contrato vinculante, en el que se estipula que el lector debe entregarse al cuidado de la obra en cuerpo y alma, lo que incluye desentrañar sus orígenes y las circunstancias que la rodean. Es un contrato que se firma con gusto y que irradia luz.
El caso de
David Martín es muy similar. Con la diferencia de que él firma el contrato por una mezcla de miedo, desesperación y codicia. Dicho contrato también es vinculante, pero de él no emana luz sino unas tenebrosas garras que atenazan el corazón del protagonista, poniéndole cada vez más trabas para que cumpla con su parte del acuerdo. La novela enseña que un libro puede ser un valioso tesoro, pero también un recipiente lleno de fantasmas que, si no se expulsan debidamente, acabarán sellando nuestro porvenir. A pesar de todo, en la oscuridad siempre asoma un rayo de esperanza: existen razones para morir y razones para vivir. Y, a veces, ambas coinciden.
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El juego del ángel" es una novela retorcida y policial que, como su predecesora, explora el universo de la
metaliteratura y perfila una Barcelona con alma propia. La profundidad de sus personajes y el eléctrico desarrollo de los acontecimientos en el último cuarto del libro servirán para rendir tributo a
Stephen King y para terminar de engrasar una obra que, a pesar de su faceta túrbida, es una opción más que recomendable para todos los lectores.