"Lo mejor de nuestra condición humana es que estamos rodeados de posibilidades y que entre ellas tal vez haya alguna mejor que aquella que se ha hecho realidad [...] Que haya otros mundos posibles es la mejor garantía de que el optimismo no es algo injustificado".
(D. Innerarity)
Vivir es un arte y, como tal, se puede aprender. El dominio de este arte debe ser una prioridad máxima en nuestra vida, nada debe ser más importante. Dinero, poder, éxito, prestigio, son objetivos que nos roban el tiempo y la energía necesarios para profundizar en lo que los antiguos llamaban la "vida buena". La felicidad no es una entelequia abstracta, un objetivo inalcanzable reservado a unos pocos privilegiados que por azar atesoran todo tipo de bendiciones. La felicidad tampoco es un estado quasi-beatífico mantenido de forma constante en el tiempo. La felicidad es el resultado de sumar los momentos de bienestar que se van presentando a lo largo del día y que tienen que ver más con el disfrute del momento presente y de las pequeñas cosas que con la consecución de grandes metas u objetivos.
Un buen artesano del oficio de vivir es alguien que parte de una actitud vital positiva y hedonista y que, a pesar del dolor y la tristeza inherentes a la vida, hace de la alegría, el optimismo, la pasión y el entusiasmo su bandera. Es consciente, como los existencialistas, de que estamos "condenados a vivir", pero intenta hacer de esta experiencia una oportunidad para entrar en comunión consigo mismo, con los demás y con su entorno físico inmediato.
Leer libros, escuchar música, ver cine, conversar con los amigos, comer cosas ricas, meditar, reir, pensar, aprender, amar... son todo actividades que forman parte del guión de una vida ideal para Antonio San José y para muchísimas personas más que pretenden encontrar con ello ese ritmo, esa fluencia que nos conecta con la plenitud o sus aledaños. Quizá el secreto estaría en revisitar la cotidianidad con ojos nuevos, prestando una atención minimalista a nuestra realidad para descubrir en ella "algo pequeño y apacible, insoportablemente valioso", como bien sabía Arundhati Roy cuando escribió "El dios de las pequeñas cosas".
Hoy no me cambio por nadie" no es un libro de autoayuda, al menos no en el sentido en que se conoce a los textos que pertenecen a este género. Es, como el propio autor reconoce, "una elaboración periodística de la propia existencia" en la que se mezclarían pensamientos, experiencias, anécdotas y vivencias con las cuales es muy fácil identificarse. Uno se hermana con
Antonio San José al leer este libro y descubre que no hace falta cambiarse por nadie para ser feliz, que la vida no elige a nadie en especial para mostrarle su mejor cara y que "seremos indestructibles cuando decidamos que, en nuestros cuatro días aquí, nunca jamás nos quitarán la sonrisa".