"No es inútil en verdad preguntarse lo que se podría hacer si fuera posible desecharlo todo y volver a partir de cero; es, por el contrario, bien digno de la filosofía, ya que el estudio de la perfección no debe desdeñarse nunca. Pero la construcción de estados ideales no representa la totalidad de la ciencia política; mejorar y preservar lo que existe forma también parte de ésta".
(T. A. Sinclair. "Historia del pensamiento político griego")
El lúcido pensador
Tzvetan Todorov afirma que las principales amenazas que pesan sobre la democracia actual no son los regímenes totalitarios, sino que tienen que ver "con el fortalecimiento sin precedentes de determinados individuos e instituciones que de golpe ponen en peligro el bienestar de toda la sociedad". La ciudadanía, golpeada por la crisis económica, la corrupción y la falta de verdadero liderazgo político, observa impotente cómo el régimen democrático, sin duda alguna el menos malo de los
sistemas políticos, se ve incapaz de corregir los desmanes de los más poderosos, de atemperar las iras de los mercados financieros -esas nuevas deidades ante las que nos postramos- y de lograr un reparto equitativo de la riqueza y de las cargas sociales.
"
Historia de un despropósito", como el propio
Joaquín Leguina dice, es un libro crítico que proviene de "un viejo socialdemócrata -nada ortodoxo- que milita desde hace años en el antisectarismo, y -quizá para su desgracia- no ha perdido todo el olfato que le permite acertar con los diagnósticos políticos". Y el diagnóstico que hace en este libro no es muy halagüeño para el
PSOE, su partido de toda la vida. Piensa que la nueva generación de
socialistas, a la cabeza de los cuales
José Luis Rodríguez Zapatero gobernó durante dos legislaturas, ha llevado al Partido Socialista a una situación crítica en la que ya sólo lucha para sobrevivir y no para renacer. Zapatero purgó a la vieja guardia socialista a su llegada al poder y, con un estilo caprichoso y dictatorial, impuso sus "ocurrencias" -que no ideas- hasta transformar la socialdemocracia en un "vedetismo político" preocupado más por la imagen y los gestos que por los contenidos.
Afirma
Leguina que durante este periodo en la elección de los líderes se impuso el nepotismo y la cooptación, ignorando la capacidad y los méritos de los candidatos. Por cuestiones de imagen se elegía a gente inexperta y sin formación porque, al parecer, para
Zapatero cualquiera valía para cualquier cargo (sorprendente el proceso de selección de
Carme Chacón como Ministra de Defensa). El "nuevo socialismo", aunque con tintes izquierdistas decimonónicos, hizo del anticlericalismo, el antifranquismo y el feminismo radical su bandera, desatendiendo cuestiones tan importantes como la fiscalidad. Para
Joaquín Leguina la gestión del problema nacionalista fue nefasta, acusando a
Zapatero de creerse el pacificador de Euskadi y Cataluña y de propiciar un estatuto catalán que califica como "la mayor locura política acometida por el
PSOE, al menos desde 1934" y que ha contribuido a radicalizar el nacionalismo periférico. Advierte el expresidente de la Comunidad Autónoma madrileña y exparlamentario que no se ha enterrado debidamente a Zapatero y que su alargada sombra aun se proyecta sobre los actuales líderes socialistas, como Carme Chacón, a la que define como un producto del zapaterismo.
Denuncia
Leguina en este libro la falta de experiencia laboral de una gran parte de dirigentes de nuestro país, llegando incluso a proponer un número de años trabajados fuera de la política para poder entrar en ella. Critica la endogamia propia de los
partidos políticos, que acaban formando oligarquías internas que privan de flexibilidad y oxígeno a estas estructuras. Censura también lo que él llama "una invasión partitocrática de la sociedad", en la que los partidos políticos sobrepasan los límites del Art. 6 de la Constitución y extienden sus tentáculos hacia la judicatura, la fiscalía, la banca, las grandes empresas, incluso las ONGs. Su funcionamiento interno distaría mucho de ser democrático, no permitiendo dentro de ellos la disidencia, la crítica o las verdaderas elecciones primarias.
Aristóteles, a diferencia de
Platón que era aristócrata, místico, asceta y puritano, pertenecía a la clase media de las profesiones liberales, era casado, padre de familia y un administrador práctico que poseía un afinado sentido de lo posible. Para él, la mitad por lo menos de la
política era sacar el mejor partido posible de lo que se tenía. Quizá esperar a que nuestros dirigentes lean a uno de los padres de la política sea esperar demasiado; sin embargo, en estos momentos de gran tensión que nos han mostrado por dónde tiende a desgarrarse nuestro sistema, habría que sacar el mejor partido posible de lo que tenemos, de nuestro ordenamiento jurídico, de nuestra
Constitución, simplemente aplicándolos. Existe una relación clara entre la prosperidad de un Estado y la honestidad de sus ciudadanos y dirigentes. Sólo la "justicia, la prudencia intelectual y la amistad" garantizan la cohesión y el bienestar de una comunidad.