Tras unos comienzos poéticos en la revista Claraboya (1963-1968), de la que fue cofundador y director, el leonés Luis Mateo Díez (n. 1942) ha sabido dar a su prosa un cauce natural distintivo, que es el que convierte esta novela en una “ciudad de sombras” espléndidamente trazada, con potencia expresiva y fluidez narrativa, con perfección estilística y fuerza simbólica. La obra narrativa de L M. Díez, lector asiduo de los novelistas rusos, se ha ido acumulando, ganando intensidad e iluminando más y mejor el camino por el que discurre, como lo demuestra en Fantasmas del invierno. Y es que desde los siete años L. M. Díez escribe y escribe y escribe, porque “la experiencia de lo imaginario, que es la escritura, para mí es suficiente”. Tan suficiente que casi su vida está más en lo imaginario que en la realidad, como ha llegado a confesar en alguna ocasión.
En 1992, L. M. Díez apuntó una cuestión que Fantasmas del invierno confirma. Decía que “en todo arte de narración o representación la vida es fuente, bien para emularla o para suplantarla. Y probablemente la orientación de lo que la novela moderna es o pretende ser está ahí, en esa profunda transformación que supone no copiar la vida, sino suplantarla, no depender de ella como ineludible punto de referencia sino sustituirla desde otra realidad imaginaria en que la novela se constituye”. Desde Camino de perdición (1995) empezó a construir territorios o realidades imaginarias y a darles nombre, escribiendo desde la memoria, pero filtrándolo todo a través de la imaginación que es -y no es sólo- la memoria fermentada. Así propiciaba un encuentro placentero entre la imaginación y la vida, entre la fantasía y la memoria, y conseguía una identidad propia como escritor mediante la conquista de un mundo de ficción. Una identidad en la que la lucidez es una ayuda, la madurez un aval y la ambición un baremo de los retos literarios. Una identidad sustentada, por lo tanto, en la memoria, la imaginación y la palabra, que es el punto de madurez de un novelista, cuando lo fundamental está en lo imaginario y no en la vida.
El autor de La fuente de la edad ubica esta novela, que reedita Castalia, en Ordial para reflejar un crudo invierno de posguerra en 1947, en el que todavía permanecen anclados los desastres de toda guerra con sus miserias y tristezas. Respecto a la creación de un mundo imaginario, con localizaciones y nombres propios, como su célebre Celama, Luis Mateo Díez ha indicado que “siempre he sentido la necesidad de crear un territorio que fuese el espejo de mi propia imaginación y que sostuviese todo lo que yo quería contar. Pero más que un refugio de la realidad, que también lo es, la conquista de un territorio literario supone la conquista de la propia libertad”.
Ordial se localiza en una indeterminada zona del noroeste español, una geografía imaginaria que acoge su mirada del mundo y la experiencia que nutre su memoria y que es un elemento sustancial de la leyenda. Una leyenda oscura que pertenece a una memoria imposible de recordar, una historia dura dentro de una fábula terrible con ese brillo turbador de lo siniestro y la tara de la desdicha, de la desolación. Un ambiente desgraciado y hambriento que conforma un tétrico microcosmos, en el que los personajes deambulan ante la imposibilidad de olvidar sus desdichas y vagan entre el remordimiento y el silencio, el secreto y las ruinas de la guerra, mientras asisten pasivos a los embates del destino sin ser capaces de combatirlos. Una ciudad fantasmal al igual que los seres atormentados que la pueblan, “héroes del fracaso” que se mueven al son de una monocorde música del remordimiento. Una historia de fantasmas, despojos y ruinas con algunas pinceladas de humor, entendido éste como una forma de distancia y de complicidad, de distancia con la realidad y de complicidad con el lector.
En el hospicio El desamparo sobreviven un puñado de huérfanos de la posguerra y en él sucede el elemento central de la intriga de la fábula, el asesinato de un niño y la posterior investigación del comisario Alicio Moro en medio de esa galería de desamparados rodeados de nieve donde habita el silencio y ni siquiera el Diablo quiere vivir. Vivir entre fantasmas del invierno.