El mundo laboral ha sido retratado con frecuencia por el cine y la televisión, pero no tanto por la literatura. Pienso en “
Estupores y temblores” de
Amélie Nothomb; pienso incluso en “
Bartleby, el escribiente” de
Melville. Hay otros ejemplos, claro, pero siguen siendo escasos los autores que recurren a la oficina como escenario central de sus obras. Y resulta extraño, porque en el interior de esos edificios que se erigen en los distritos financieros de nuestras ciudades, tras sus fachadas de acero y vidrio, se desarrolla todo un submundo donde se mezclan las peores pesadillas de
Kafka con los dramas más oscuros de
Shakespeare: la alienación del individuo frente al sistema; su engranaje como mero instrumento al servicio de una organización; la amalgama de ambiciones, traiciones y pequeñas mezquindades que entretejen el organigrama de cualquier gran empresa.
De todo ello y algunas cosas más nos habla
David Pérez Vega en “
Esto no es Bambi”. Y lo hace desde la experiencia de haber estado allí, sin ánimo de revancha (bueno, quizá un poco sí), amparado en todo caso bajo la perspectiva del testigo. O, como confiesa en cierto pasaje de la novela uno de sus protagonistas (mediante una hipérbole un tanto desmedida): para dejar un testimonio sobre los hechos igual que
Primo Levi tradujo a palabras lo que había sucedido en
Auschwitz.
Una ciudad —Madrid— a principios del nuevo milenio. Seis jóvenes recién desembarcados en
Willian Golding (nótese la doble ironía, a la vez homenaje al autor de “
El señor de las moscas” y trasunto indisimulado de
Arthur Andersen, por entonces una de las llamadas ‘
Big Five’, las mayores y más prestigiosas empresas auditoras del mundo): Marta, Carmen, Alfonso, Nerea, Daniel y Javier. El autor emplea seis voces narrativas para mostrarnos el fuselaje del capitalismo más feroz desde distintos puntos de vista. Una propuesta arriesgada, pero resuelta con oficio y soltura. Se nota que es una novela muy trabajada, y, a través de ese juego polifónico en el que las experiencias de los personajes se entrelazan, vamos adentrándonos en un universo de jornadas maratonianas donde las víctimas aspiran a convertirse en verdugos.
Asistimos, en fin, a una triste crónica de nuestro tiempo, no exenta de humor (memorable ese personaje de Martita, con su jovial frivolidad de niña pija), narrada con la minuciosidad de un orfebre y cierta actitud de entomólogo. Entre sus páginas queda poco lugar para la poesía, y es una lástima, porque, a ratos, David Pérez se las apaña para iluminar a sus personajes con revelaciones fuera de plano, instantes en los que intuyen que otra realidad es posible. Es el caso de Daniel Márquez, alter ego del propio autor y quizá el personaje del que se sirve para ajustar cuentas con su pasado, el más desencantado entre los seis protagonistas y el único que cuestiona desde el principio los procedimientos de ‘
La Firma’.
La novela concluye con una suerte de clímax, una escena que reúne a dos antiguos compañeros mientras asisten atónitos al incendio del edificio que tantas ambiciones engendró, tantos sueños y pesadillas. Una alegoría sobre el derrumbe de una época: las pavesas flotan sobre sus cabezas, flameantes, y ellos, como aquellos prisioneros en la caverna de
Platón, solo ven sombras, aterrados. El capitalismo es un tirano que enamora a sus esclavos.