El paraíso no puede ser más que lo perdido, la vida un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia, la angustia es una dimensión constitutiva de la conciencia, ser parte de la historia es ser parte del odio, la mentira es nuestra segunda naturaleza, la estirpe de los necios es infinita, todo es vano, las naciones no producen grandes hombres sino a su pesar, el amor es una pasión que causa los más espantosos desastres.
Este florilegio de sentencias desencantadas y desesperanzadas podría ser el canon de cualquier pesimista militante y con tendencia al proselitismo de café y tertulia. Para los pesimistas todo es pésimo, para los optimistas todo es óptimo y para los melioristas el mundo ni es pésimo ni óptimo, simplemente mejorable (aunque para mantener esta postura haya que escorarse ligeramente hacia el optimismo).
No estoy seguro de si el pesimismo es un estado de ánimo, un temperamento, un circuito neurológico o por el contrario es simplemente una actitud filosófica ante la existencia, pero en todo caso tanto el pesimismo como el optimismo son dos formas de cobardía. En el primer caso se huiría de la decepción instalándose permanentemente en ella hasta hacerse insensible a la misma, en el segundo la huida consistiría en convertir la realidad en un escaparate de nuestros deseos.
La historia nos vuelve pesimistas, la razón optimistas. Quizá el dilema ¿Hobbes o Rousseau? se supere eligiendo a Voltaire y optando por un pesimismo optimista que no se regodee en el desencanto y la catástrofe y un optimismo pesimista que ponga freno lúcido a los desvaríos ingénuos de la ilusión.
Curiosidades: El libro Elogio del pesimismo de Lucien Jerphagnon se hizo famoso tras el día de San Jordi del 2010 en Cataluña (día del libro) porque el exitoso entrenador del Barcelona C.F. Pep Guardiola confesó que se lo habían regalado, lo que automáticamente incrementó las ventas.