"Diez negritos se fueron a cenar;
uno se asfixió y quedaron nueve.
Nueve negritos trasnocharon mucho.
Uno de ellos no se pudo despertar y quedaron ocho..."
El juez Wargrave recibe una invitación para pasar unos días en una mansión ubicada en la
Isla del Negro, un sitio encantador cerca de la costa inglesa de Devon. La sugerente propuesta viene de parte de una antigua conocida con la que perdió el contacto hace varios años.
La institutriz Vera Claythorne acaba de encontrar una oportunidad laboral difícil de rechazar. Alguien que asegura conocerla quiere contratar sus servicios como secretaria personal en su mansión de la Isla del Negro.
El aventurero capitán Philip Lombard, una mujer mayor de nombre Emily Caroline Brent, el general retirado John Gordon MacArthur, el doctor Edward George Armstrong, un atractivo francés llamado Anthony James Marston, el detective privado William Henry Blore y un matrimonio compuesto por la cocinera Ethel y el mayordomo Thomas Rogers también se dirigen hacia la isla. Cada uno de ellos ha recibido una carta en la que un supuesto conocido les citaba en el mismo lugar por un motivo u otro y en idéntica fecha.
Los diez invitados se presentan en la mansión el día señalado dispuestos a alojarse allí por un tiempo, pero los anfitriones, el señor y la señora
Owen, no se encuentran en ese momento. Han dispuesto órdenes para que los Rogers, que acuden para trabajar en la casa como sirvientes, se encarguen de atender al resto. Siguiendo las instrucciones dejadas por los dueños de la casa, habilitan un dormitorio para cada persona y sirven la cena de la primera noche.
Pronto dos detalles misteriosos llaman la atención de los huéspedes: la existencia de diez pequeñas
figuras negras de porcelana con forma humana sobre la mesa del comedor y un curioso cuadro que aparece colgado en la pared de cada habitación. Se trata de un texto enmarcado que reproduce una inquietante
canción infantil sobre
diez negritos que, uno a uno, van desapareciendo en extrañas circunstancias.
Tras la cena, los comensales escuchan una grabación de voz que sale de un viejo gramófono en la que se culpabiliza a cada uno de ellos de haber tenido algo que ver en la muerte de otras personas en el pasado. A pesar de que los acusados niegan los hechos y se esfuerzan por justificarse, su suerte parece estar unida de algún modo extraño a la letra de la
canción y, uno a uno, como si de una profecía se tratara, se van sucediendo las muertes de cada uno de ellos del mismo modo que ésta predecía. Cada fallecimiento va ligado a la desaparición de una figura del grupo inicial compuesto por
diez negritos.
El miedo y la incertidumbre se van apoderando de los supervivientes, que tratan de indagar desesperadamente sobre los asesinatos para desenmascarar al culpable. Lo mismo intentará el lector, pero
Agatha Christie se encargará de despistarlo en todo momento y mantener el suspense hasta el final, sorprendiéndolo con un desenlace insospechado que pondrá al descubierto la identidad del autor de los crímenes.