Diario 1887-1910

1887. Un joven escritor de 23 años que cree profundamente en su arte comienza a escribir su diario. Costea de su propio bolsillo la publicación del primero de sus libros y nada hace sospechar que con el tiempo llegará a convertirse en uno de los autores más respetados de su época.

Contrae matrimonio con Marie (su querida "Marinette"), que le convierte en padre de dos hijos. Se ve profundamente afectado por el suicidio de su propio padre y, mucho después, fallece su madre. Lleva una intensa vida literaria. En París tiene el privilegio de relacionarse con los principales intelectuales y de frecuentar a los artistas más admirados del momento. Recibe la Legión de Honor, es elegido alcalde de su localidad, da conferencias y sus obras teatrales se representan en toda Francia. Es elegido miembro de la Academia Goncourt. Pero de estos hechos el lector se apercibe sobre todo gracias a las notas introductorias que el editor añade al principio de cada capítulo. Estos acontecimientos, aunque se tratan, no conforman el alma de su Diario.

Jules no tiene ninguna intención en relatar los hechos que ya conoce. ¿Qué interés podría tener eso? Lo que pretende es desnudar sus pensamientos, extraer el máximo de verdad que hay en ellos. Pelar todas las capas hasta llegar a la médula. Mirarse, utilizando la literatura como instrumento, a la vez desde dentro y desde lejos. Renard utiliza el papel a modo de espejo, tomando la precaución de que no lo empañe su propio aliento.

Sabe que el estilo lo es todo y se ha fabricado uno a medida. El que ha adoptado es personal y difícil: frases cortas, depuradas, concentradas, salpicadas de un tono crudo, a veces sarcástico e incluso cínico. De palabras escogidas, certeras y exactas, requiere mucho cuidado y esfuerzo. Un estilo perfecto para lograr su objetivo que le permite, a la menor sospecha de que su doble le pretenda engañar, esquivarse a sí mismo.

Su inteligencia y lucidez hacen el resto. No teme encontrar en él algo que no le agrade; sólo teme que la mentira le arrastre y se lo lleve a jugar al despiste. Es tremendamente crítico, sobre todo consigo mismo. Dirige sus ojos hacia la realidad y proyecta con su pluma la mirada del genio. Es un enfermo de literatura, un hombre de enormes frases breves que se piensa, se lee y se relee por dentro. Un artista en mandarse cartas a sí mismo y un maestro en extraer literatura de su universo. Poseía una visión literaria, de hecho confesaba estar sólo interesado por las cosas en cuanto a la literatura que podía obtener de ellas. Estaba orgulloso de este Diario: lo definió como lo mejor y lo más útil que había hecho en su vida. Podría decirse que Jules Renard cumplió su deseo de ser "uno de esos grandes hombres que tenían poco que decir y lo dijeron en pocas palabras", palabras que expresan mundos, cargadas de sentido.