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Todos, sin duda, nos hemos visto ante la tesitura de tener que orientarnos a partir de esta frase y estoy segura de que todos lo hemos conseguido pues, afortunadamente, los códigos gráficos son universales y los tenemos tan asimilados que nos permiten salir airosos de experiencias tales como interpretar un mapa o situarnos en un centro comercial.
Martín Panchaud, nacido en Suiza en 1982, ha decidido combinar lo aprendido en sus estudios de cómic y de diseño para plantear un estilo narrativo diferente en el que la propuesta gráfica rompe con todo lo establecido y, sin embargo, nos resulta extrañamente familiar.
Simon Hope es un niño de 14 años no demasiado popular que experimenta, el mismo día, la mejor y la peor experiencia de su vida. Gracias a la ayuda de una vidente consigue ganar en las carreras de caballos 16 millones de libras, pero cuando llega a casa descubre que su madre ha sido brutalmente agredida y que su padre ha desaparecido quedándose solo en la vida y sin posibilidad de cobrar el boleto, ya que, al ser menor, necesita la firma de un adulto para hacerlo. De esta manera da comienzo una historia de búsqueda, de persecuciones, de intrigas y de huida hacia delante en la que no falta ningún ingrediente: tensión, acción, emoción y, sobre todo, mucha ironía y mucho humor.
Manteniendo a lo largo de toda la historia el plano cenital, Panchaud reduce los personajes a la mínima expresión, ya que están representados por círculos de diferentes colores. Sin caras, sin gestos, sin nada.
Nada y, sin embargo, todo.
Todo porque el autor, que no dibuja personas (tal y como entendemos que deben ser las personas), sí se toma la molestia de dibujar con detalle los escenarios y los objetos que acompañan la acción, siempre en dos dimensiones manteniendo la coherencia de la propuesta, y se saca de la manga infinidad de recursos gráficos, más propios de los videojuegos que de los cómics, para representar, por ejemplo, el dolor o el sonido y consiguiendo así que la historia fluya cimentada, gráficamente, en los elementos secundarios.
Tan importantes como el dibujo en el cómic que nos ocupa, son los espacios en blanco, los silencios. Apostando en todo momento por una narración simple y esquemática, Panchaud juega con el minimalismo para componer cada página, dejando grandes vacíos que lo llenan todo y que nos dan tiempo para respirar, asimilar la historia y facilitar el recorrido visual en la dirección correcta.
No hay que investigar mucho a la hora de destapar las influencias de las que ha bebido el autor para sacar adelante esta obra, pues él mismo ha reconocido que cuando comenzó a estudiar cómic, en torno al año 2000, el medio vivía una época de esplendor con multitud de figuras emergentes que marcaban la diferencia desmarcándose de todo lo que se había hecho hasta el momento. Pero de entre todos los nombres posibles, fue Chris Ware quien más le impresionó. Su estilo depurado y limpio, sus planteamientos esquemáticos y la desestructuración de sus páginas, son elementos que podemos encontrar estupendamente trabajados en "El color de las cosas". Asimismo, podemos identificar, claramente, el estilo de los videojuegos de los 90’s y la estela de Star Wars. No en vano, la infografía de "Star Wars IV – A new hope" fue uno de sus primeros trabajos.
Martin Panchaud sabía, al hacer este libro, que el reto real no era tanto gustarle al lector como llegar al lector. Él siempre ha tenido fe en su propuesta, pero es consciente de que la primera hojeada a su trabajo tira un poco para atrás. Salir de la zona de confort nunca es fácil ni para el que da, ni para el que recibe. Pero el reconocimiento de la crítica y la concesión de varios premios (Fauve D’or en el festival de Angouleme y Premio de la crítica francesa ACBD) han ayudado, afortunadamente, a romper esta barrera.
"El color de las cosas" es, a mi entender, un cómic que marca la diferencia. Cuando pensamos que todo está ya dicho siempre hay alguien que, por suerte, alza la voz y cambia el discurso.
Ya lo dijo Mies Van der Rohe: Menos es más