Decía
Borges que las historias deben contarse como si no se acabaran de entender del todo. Un poco de eso hay en la forma de narrar de
Sara Mesa; un gusto por la incertidumbre, una imprecisión deliberada. Sus novelas, sus cuentos, tienden a estar iluminados desde una posición lateral. Asistimos a los hechos, aparentemente sencillos, pero la tensión discurre fuera de foco.
Una niña conoce a un hombre. Ella huye del instituto; él contempla pájaros y escucha a Nina Simone. Todas las mañanas se reúnen en el parque, al cobijo de unos setos. Ambos son unos inadaptados, aunque en distinto grado: ella palpa a tientas el futuro; a él lo desequilibra el peso muerto del pasado.
Con solo dos personajes —menos aún, con solo dos motes,
Casi y
Viejo— el relato orbita sobre esa relación asimétrica y sospechosa, una amistad imposible en la frontera de lo establecido. La autora nos va atrapando en un rompecabezas donde cada pieza funciona como un resorte. Quizá sea ese su mayor logro: sembrar la duda, rasgar con sutileza los juicios morales y enfrentar a cada lector con sus propias contradicciones. Y así, a medida que la narración avanza, la incomodidad se vuelve del revés, ya no proviene tanto de lo que estamos observando como de nuestra propia imagen a través del espejo.
“
Cara de pan” (2018) comparte con “
Cicatriz” (2015) un evidente parentesco: ambas se construyen a partir de dos personajes que sirven de contrapunto, y alrededor de ellos, con un estilo directo, esa forma fácil de fluir, se exploran las aristas de la apariencia, el desconcierto y la soledad. En este caso la apuesta es menos arriesgada, menos retorcida y claustrofóbica, pero con un punto de poesía y de compasión hacia sus protagonistas que la hace más humana y más palpable.
Una obra que navega por ese brumoso límite entre la
novela corta y el
relato, espacio en el que
Sara Mesa parece sentirse más cómoda —no en vano, tal vez sea la colección de cuentos “
Mala letra” (2016) su obra más redonda—. Una historia pequeña pero bien hilvanada, escrita sin aspavientos, que deja un buen sabor de boca a pesar de transitar casi siempre al borde de lo impropio y lo equívoco.