Bukowski tiene ya 72 años, "lleva la muerte en el bolsillo izquierdo", de vez en cuando la saca y habla con ella, está preparado para morir pero se sigue sentando a diario en una pequeña habitación de su casa y "hace que las palabras hagan cosas". Escribe en su ordenador en busca de otra línea más porque "la siguiente línea está siempre ahí, y esta línea podría ser la que finalmente rompa el cerco, la que finalmente lo diga", la que dé con lo indecible, aquello que todo escritor de raza busca hasta el final.
Estamos ante un Bukowski crepuscular (morirá poco después), pero en plena posesión de sus facultades como escritor, con el alma en peligro como siempre y destilando lucidez. Las convenciones y las trivialidades no le han despojado de su fuego. No ha caído en la complacencia, sigue habiendo algo dentro de él que no puede controlar, sigue siendo un "estudioso del infierno", su responsabilidad ya sólo es con su escritura y consigo mismo.
Bukowski sigue escribiendo para que las palabras le salven el pellejo. Ha llevado una vida extraña y confusa, en su mayor parte de "espantosa servidumbre", pero a diferencia de la mayoría él siempre cree haberlo hecho "con cierto grado de impasibilidad y de clase". La mayor parte de la gente, según él, no hace honor a sus vidas, las malgasta. Cuando les llega la muerte física ésta ya no encuentra nada vivo en ellos, "nada que pueda morir", de ahí que tanto sus vidas como sus muertes hayan sido unas farsas. Pero la escritura puede salvarte porque, a pesar de todo, siempre hay cosas que escribir y esto te mantiene vivo y en forma. No es la búsqueda del éxito o la inmortalidad, sino "la acción mientras estás vivo" lo que manda la muerte al carajo.
Y cuando no está escribiendo, ¿qué hace Bukowski? Pues se va al hipódromo, al que él considera un campo de pruebas de la realidad. Un mundo en pequeño en el que, como en la vida, nadie gana al final. En el hipódromo este escritor mira a la humanidad, observa sus evoluciones y lo anota mentalmente ("la gente que apunta cosas en libretas y anota sus pensamientos me parece gilipollas") para luego atacar este material con ferocidad y convertirlo en literatura osada e intrépida.
"El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco" es un diario fechado que apenas se extiende año y medio en el que Bukowski, entre detalles de su vida cotidiana y hogareña, va intercalando todo tipo de reflexiones literarias, filosóficas, políticas, existenciales, y lo hace con su clásico y reconocible estilo: opiniones extremas, expresión intensa, furor cuasi-profético pero libre de moralina, lenguaje "sucio", cercano muchas veces al exabrupto, lucidez descarnada, fogonazos líricos.
¿Escribir o morir? Este es el dilema existencial de Bukowski. Afortunadamente él decide escribir, porque piensa que "nada impedirá a un hombre escribir a menos que ese hombre se lo impida a sí mismo", Bukowski a sus 72 años se pone su sueter, sintoniza música clásica en la radio, se sienta, enciende un puro, sonríe a su ordenador y escribe sobre la vida, como él dice "¿cabe mayor solemnidad?". En 1994, sólo un año después, Bukowski deja de escribir, lo reclaman en el infierno y la muerte sale de su bolsillo izquierdo para llevárselo.