Estética de los temas filosóficos, poesía del pensamiento, asombro metafísico ante lo real cotidiano, capacidad de abreviar y detallar al mismo tiempo, erudición que nunca cae en la pedantería, aprecio por autores y obras tenidos por menores, sofisticación intelectual con toques humorísticos, literatura profunda pero vivaz, escritura densa pero carente de "líneas inertes" o relleno. Este es el Borges de Fernando Savater.
Borges no se ciñe a los cánones de ningún género. Para él "los géneros dependen, quizá menos de los textos, que del modo en que éstos son leídos", de ahí que su prosa sea poética, su poesía narrativa y sus cuentos filosóficos. Sus temas habituales: el enigma del tiempo, la perplejidad ante la muerte, los espejos, el problema del doble, la memoria de los hechos heroicos ya desvanecidos.
Del trato con Borges y con su obra nadie sale inmune. Leer a Borges es como bañarse en el Jordán, como bautizarse. Cuando lees a Borges pueden pasar dos cosas: o bien acaba la literatura y empieza Borges (como le pasó a Emir Rodríguez Monegal) o bien comienzas a repensar la literatura "desde" Borges (como le ocurrió a Fernando Savater).
La obra de Borges es hedónica y para hedonistas, es jubilosa pero no exenta de melancolía. Melancolía, eso sí, entendida a la manera de Víctor Hugo, es decir, melancolía como la alegría de estar triste.
Sus obras más representativas podrían ser "Ficciones", "Otras inquisiciones", "El hacedor", "El Aleph". Obras redondas, clásicas, obras en las que Borges trata de atrapar al "tigre" que habita fuera de la selva del lenguaje y en las que los lectores no atendemos tanto a lo que dice en ellas sino a lo que "nos" dice íntimamente nuestro Borges, el Borges de cada uno.
Borges no es un filósofo, no es un pensador (él mismo lo dice) pero somete a la filosofía a una "cura de cordura" a través del humor, de la ironía metafísica, del escepticismo. Borges "juega en serio" con la realidad y se sitúa en una dimensión distinta y superpuesta a la misma, pero de ninguna manera irreal. El argentino es un animal primordialmente literario, pero ésto no lo sitúa fuera de la realidad sino en el corazón de la misma, ya que la literatura es para él la realidad de la realidad, lo cual hace irrelevante la distinción entre discurso y vida. En última instancia la literatura serviría para no perder la vida y no perderse en la vida.