Una turinesa ha llegado al planeta de la novela y espero que se quede, porque su forma de narrar —pausada, con pellizquito, alentando e incitando— es de las que apetece leer, siempre, claro está, que la historia que adorne con esas características de narración sea atractiva. Y "El aroma de los libros" es una historia de las que atrapan.
Lentamente introduce al lector en el mundo de Adelina, sus antepasados más recientes, la idiosincrasia de su familia y de la época, sus amigos, sus circunstancias, sus aptitudes y su actitud… Y sin darnos cuenta estamos metido de lleno en un par de historias: la de la propia Adelina y la de su tía, Amalia, con quien vive en el momento de la narración para poder estudiar y tener un futuro más prometedor. La narración de Adelina es en el presente, la de su tía se mueve entre el presente y unos años atrás, en su juventud. Y junto a la historia de la joven de catorce años —el hazmerreír de la escuela por su incapacidad de aprender al ritmo de las demás— y de su tía, Icardi nos presenta a otros personajes que aportan su propia historia, por lo general no exentas de puntos dramáticos a la vez que atractivos. Luisella se convierte en su mejor amiga en la escuela a raíz de un castigo —poco a poco conocemos la historia de su madre como personaje terciario y de su padre como secundario, aunque en el final de la novela gane en importancia—, al padre Kelly —profesor de las adolescentes y amante de los libros antiguos—, Amedeo Vergnano —padre de Luisella, notario, amante de los libros antiguos y… dejémoslo en el aire—, el abogado Ferro (personaje que aparece cuando conocemos a Amalia en su juventud y que mantiene el hilo temporal al conservar el protagonismo en el presente y tener, además, una fuerte vinculación con la atracción de Adelina por los libros), Gottardo y varios personajes de la juventud de Amalia. Todas las pequeñas historias de estos personajes, junto con las principales, conceptúan a esta novela como, simplemente, buena.
El uso de la analepsis (pasajes de la novela que nos presentan hechos del pasado) nos ayudan a romper la narración presente para asentar la magia de la historia que estamos leyendo; el apoyo sutil en la metaliteratura (literatura sobre literatura) nos recuerda títulos de siempre y nos descubre otros, y lo más importante en esta ficción: nos descubre el aroma de estas obras; el uso inteligente de las metáforas —como, por ejemplo, cuando el notario, Amalia y Adelina viajan a Nueva York y Amalia se queda una mañana en la habitación del hotel mientras su sobrina y el notario van a tratar temas, aburridos para Amalia, de libros. Ella se queda en la habitación sin salir a descubrir la gran ciudad a la que ha viajado, ni siquiera la descubre a través de la ventana. Y, sin embargo, ese encierro le sirve para destapar la verdad de las intenciones del notario para con ella—; y otras figuras literarias, así como el juego de luces con las que adorna determinados momentos del relato de la novela —por ejemplo, cuando Adelina y Luisella son «castigadas» por el padre Kelly a colaborar en un trabajo en la biblioteca, y mientras Luisella puede trabajar en una mesa con buena iluminación, Adelina se ve apartada a un rincón sin apenas luz que, de entrada, no invita ni al «castigo» ni a la lectura— y que le sirven, a la vez, para intensificar la metáfora que acompaña a "El aroma de los libros".
En definitiva, un libro para ser leído y reposado en nuestro interior.