"Ahora, Tsukuru Tazaki se decía a menudo que tal vez hubiera sido mejor haber muerto entonces. Así, este mundo habría dejado de existir. La idea le seducía: este mundo no existiría y lo que él tenía por realidad ya no sería real. Del mismo modo que para este mundo él ya no existiría, el mundo tampoco existiría para él".
La idea del suicidio había tentado a
Tsukuru desde que partío de
Nagoya para estudiar en la universidad de
Tokio. Allí, en su ciudad natal, quedaba eternamente el niño que fue y el adolescente para el que su grupo de amigos lo era todo.
Aunque sacaba buenas notas y no era un chico problemático,
Tsukuru se lamentaba por no haber destacado en nada en particular. La habría gustado ser menos anodino y tener algo que le hiciera especial dentro de su reducido círculo de amistades: desearía ser tan inteligente y voluntarioso como
Aka, o tener la fuerza y el poder de convicción que desplegaba
Ao.
Shiro y
Kuro, las dos chicas que completaban el grupo de cinco al que pertenecía, también destacaban entre el resto, la primera por su belleza y la segunda por su personalidad. Sus cuatro amigos brillaban por separado por su propia individualidad y entre ellos se daba una curiosa coincidencia que no hacía más que confirmar las señales que el destino enviaba sobre su amistad: el apellido de cada uno de ellos incluía un
color.
Tsukuru habría dado lo que fuera por ser Rojo, Azul, Blanco o Negro. Tanto daba el color que le tocara en suerte, lo importante era sentirse parte integrante del grupo. Era plenamente aceptado por los otros cuatro como uno más, pero para él era difícil sentirse un miembro esencial de este reducido clan cuando, de algún modo, los demás lo eran por derecho.
Se lamentaba de su carácter comedido y discreto, tanto que si hubiera que definirse con algún color, éste sin duda habría sido de tono desvaído. Pero, en ocasiones, en las tímidas aproximaciones que lograba hacer al oscuro pozo secreto de su alma, parecía vislumbrar las sombras de algo inexplicable y contradictorio, algo que le desconcertaba y le distinguía del resto.
El frágil mundo interior de
Tsukuru se derrumbó el día en que sus amigos decidieron apartarle de su lado sin ninguna explicación. En ese momento dieron comienzo sus
años de peregrinación y llegó la soledad, la dejadez y el abatimiento al espíritu del joven que gustaba de pasar las horas viendo partir y arribar los trenes en la estación. El desgarro que produjo el rechazo social en su interior fue mayor de lo calculado y, desde ese momento, perdió la capacidad de encontrar su lugar en el mundo y las ganas de vivir. Ahora, a sus treinta y seis años, convertido en un ingeniero de vida apacible que diseña estaciones de ferrocarril, el encuentro con
Sara, una mujer enigmática e intuitiva por la que se siente atraído, le obliga a desenterrar inquietudes que parecían zanjadas y a interrogarse sobre su pasado. Sueños, premoniciones, personajes con habilidades sobrenaturales y alucinaciones con visos de realidad danzarán en su mente al compás de una suite para piano de
Listz, tratando de desenmascarar los secretos más oscuros que se agazapan en el laberinto emocional de este
chico sin color.