Americanah es el término despectivo que usan los nigerianos para referirse a aquellos compatriotas que regresan de Estados Unidos con aires de grandeza. Una palabra que envuelve los conflictos, las contradicciones y los prejuicios de quien transita entre dos mundos, entre dos culturas. Y es esa expresión irónica, asomada al desarraigo y con un poso de condescendencia, la que utiliza
Chimamanda Ngozi Adichie para dar título a su novela.
Ifemelu huye de una
Nigeria que no le ofrece ningún futuro, un país sumido en la corrupción de una dictadura militar y la dejadez moral de sus clases dirigentes. En Brooklyn la esperan su tía Uju y su primo Dike. Atrás queda su relación con
Obinze, quien fuera su primer amor y la persona con la que algún día pretende volver a reunirse. Pero la vida en la cuna del capitalismo tampoco es como la había imaginado: cuando las expectativas se enfrentan con los hechos quedan reducidas, la realidad casi siempre decepciona.
La narración fluye en dos niveles: bajo el sostén argumental de una historia de amor, de esa relación interrumpida entre
Ifemelu y
Obinze —separados por la distancia de los años y los continentes y reencontrados luego bajo el peso de un bagaje vital que convierte su amor en algo nuevo y usado a la vez, una pasión por estrenar—, subyace una mirada crítica —a veces cáustica y despiadada, otras hilarante, arrolladora y perspicaz— sobre los procesos migratorios y los condicionamientos culturales.
El resultado es una composición armónica en la que ambos niveles se insertan el uno sobre el otro y se alimentan. Tanto la experiencia de Ifemelu en
EE.UU. como el desventurado intento de Obinze por establecerse en
Inglaterra, sirven para diseccionar a la sociedad occidental desde la perspectiva del inmigrante africano. Esas dos vidas que divergen actúan de contrapunto con su historia de amor, y a través de sus ilusiones rotas, de sus esperanzas y descubrimientos, de su viaje hacia la madurez al fin y al cabo, la autora va dibujando ante el lector una perspectiva nueva, una realidad incómoda y hasta cierto punto desconocida.
Escrita con un estilo sencillo, la trama navega hacia adelante y retrocede sobre el pasado como una marea que acompaña a sus personajes, alternando los puntos de vista de ambos protagonistas de una manera ágil y elegante, con una prosa sugerente en la que refulgen destellos de una peculiar ironía y agudeza psicológica.
Adichie lanza dardos a diestro y siniestro, pullas hacia los ambiguos raseros morales que rigen las relaciones sociales en los tres continentes por los que transcurre la acción: el problema del racismo y las clases sociales en América; el laberinto burocrático y policial de la inmigración en Europa; la corrupción endémica en las frágiles democracias africanas.
Si acaso se le puede objetar algo, quizá sean esas transcripciones del blog de Ifemelu que se insertan en cada capítulo y sirven a la autora para reflexionar sobre temas como la raza, la negritud o el feminismo sin someterse al arbitrio del argumento y los personajes. Pero no deja de ser un recurso válido, y aunque dichas entradas no gocen del dinamismo con el que discurren las vicisitudes de
Ifemelu y
Obinze, sirven para exponer ideas y plantear situaciones que de otro modo lastrarían en exceso el ritmo narrativo.
“
Americanah” es una obra que nos acerca a un mundo sobre el que el lector occidental no suele posar su mirada, y lo hace con pinceladas llenas de matices, creando una textura que envuelve cada detalle con un vigor que invita a la reflexión, que atrapa y deleita. Se trata, en fin, de una historia atemporal, porque por encima de todas sus indagaciones sobre la identidad y la raza, de su afilada disección de la hipocresía y las apariencias, siempre flota sobre ella la búsqueda y la pérdida del amor. No podía ser de otro modo, pues al final es lo único que permanece.