Miguel Miranda, una librería de antiguo con aspiración centenaria

En el Barrio de las Letras de Madrid, en frente de la lápida conmemorativa de Cervantes y junto al Convento de las Trinitarias Descalzas -monumento histórico nacional del siglo XVII donde se sabe que yace el ilustre autor- se encuentra una de las librerías de viejo más bonitas de España que aspira a alcanzar los 100 años de edad.
Miguel Miranda Vicente fundó esta librería de libros antiguos y agotados en 1949 en Madrid.

Hombre de vida intensa y variada, trabajó como actor en el Teatro Español de Madrid, siendo miembro regular del reparto durante casi diez años, en los que realizaría varias giras nacionales e incluso llegaría a interpretar algún papel menor para el cine. Sin embargo, en medio de una vida tan ajetreada, Miguel ("Príncipe Bolsinsky" para los amigos) no renunciaba a su verdadera pasión: la lectura. De este modo, siempre encontraría un rincón tranquilo donde aislarse del mundo y enfrascarse en los libros; leía de todo, casi devoraba las páginas y llegó a ser un hombre de vasta cultura literaria.

Esta pasión, junto a las exigencias propias de la vida de la farándula, le harían sentar la cabeza y emprender su nueva vida de casado como librero, oficio en el que se inició con los libros que él mismo había ido acumulando; en el año 1949 abrió un local en la calle del Prado n.º 17, junto al Ateneo, y no hace falta decir que se escapaba allí en cuanto podía a charlar y debatir sobre los más diversos temas. Había sido asiduo de las tertulias que Don Pío Baroja organizaba en su casa y en general se relacionaba con varios intelectuales de la época, muchos de los cuales iban a visitarle a la tienda; con el tiempo, ésta se transformó en punto de encuentro entre académicos, escritores, catedráticos y gente de lo más variopinto y curioso, casi tanto como los libros que Miguel vendía en su pequeño cubículo literario. Sin duda era todo un personaje: ateneísta, bibliófilo, bohemio, intelectual y algo excéntrico, en definitiva lo que sería un individuo fuera de lo corriente.

Más tarde, Miguel trasladaría la librería a la calle Lope de Vega n.º 4, dado que la buena marcha del negocio le hacía necesitar más espacio para sus libros. Y vaya si lo encontró... Esa tienda merece una mención, habiendo sido como una misteriosa cripta de la cultura. Tenía dos pisos reales, el de la entrada y un sótano, pero el primero (de más de 5 metros de altura) había sido desdoblado a base de estanterías entre las que había suelos de chapa, falsas paredes forradas de libros y oscuros callejones sin salida; no era raro escuchar la voz apagada de algún cliente que se había perdido entre viejos legajos, hipnotizado por la visión de todo aquello. Por si fuera poco, Miguel era un activo defensor de los arácnidos, ya que en sus propias palabras "estas criaturas son enemigas acérrimas de los xilófagos y amigas de los gnomos", de modo que las telas de araña eran cosa aceptada. Había arlequines, marionetas y extraños muñecos colgando del techo; también un busto de Séneca, papeles desperdigados y una vieja mesa de nogal del siglo XVIII español –donde se encontraba una vetusta máquina de escribir Remington cuyas teclas resonaban secamente–. Todo ello conformaba la primera y sorprendente visión nada más entrar por la puerta.

El sótano era espacio prohibido, donde casi nadie bajó en años; se descendía al mismo por una crujiente escalera añeja y estaba forrado de tablas de madera, clavadas sobre rastreles a la pared para prevenir la acción de la humedad, pero provocando más bien un cierto desasosiego. En su interior, grandes estanterías llenas de cajas se alineaban simétricamente sobre el frío suelo de piedra a modo de bodega bibliográfica; la luz amarillenta de unas cuantas bombillas apenas servían para producir un hipnótico baile de sombras, dibujando un ambiente irrepetible. Y, por decir algo más, no nos olvidemos del baño, la escalera de servicio, la trastienda, en definitiva cualquier rincón: todo estaba absolutamente lleno de libros, ya fuera en el suelo ya en repisas improvisadas para aprovechar cualquier espacio. Concluyendo, era la librería de una persona sencillamente enamorada de su trabajo.

El hijo, Miguel Miranda Miravet, permaneció junto a su padre durante un tiempo a modo de ayudante y discípulo. A partir del año 1980 abrió su propia tienda en la calle San Pedro n.º 7, siempre por la misma zona. A destacar que fue pionero en la informatización de su inventario, para lo cual utilizaría un ordenador de 8 Mhz, 640 kb de RAM y 20 MB de disco duro, que por aquel entonces era lo más puntero. Una vez fallecido el padre y fundador en 1997, fue el hijo quien se encargó de sostener todo el negocio en estrecha colaboración con su mujer, Pilar Barrientos Diez de Oñate. Con la llegada del nuevo milenio cambió de ubicación y regresó a la calle Lope de Vega, esta vez al n.º 19, donde actualmente se encuentra la Librería Miguel Miranda. Se trata de un local que había comprado con su padre años atrás y que había llamado mucho la atención de ambos, pues se encuentra frente a la lápida conmemorativa de Cervantes: efectivamente, la entrada de la librería da a la pared del Convento de las Trinitarias Descalzas –monumento histórico nacional del siglo XVII donde se sabe que yace el ilustre autor– y más concretamente a la parte donde figura dicha lápida. Decir también que el barrio donde está la tienda es llamado "Barrio de las Letras", ya que en el mismo vivieron autores como el mencionado Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Moratín.

A día de hoy es Miguel Miranda Barrientos, nieto del fundador original y tercera generación de libreros, quien se hace cargo del negocio. Su gran objetivo, según dice, es que la librería cumpla al menos los cien años.

Fuente original: http://www.libreriamiranda.com/
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