"¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizá no hayamos vivido en vano?". Esta es la última pregunta de un último encuentro entre dos amigos que, al no haber podido compartir el mundo, pues eran "diferentes", compartieron su pasión por una misma mujer: Krisztina.
La amistad, más que un estado de ánimo o un afecto, es "una ley humana muy severa". Aunque se parece a la simpatía, al compañerismo, a la camaradería, trasciende a todas estas relaciones basadas generalmente en una comunidad de intereses o en ciertas formas de intimidad y se sitúa en un plano más elevado y noble, por encima incluso del amor. Pasión que, a diferencia de la amistad, que es puro altruismo y puro servicio, no deja de poner condiciones entre un hombre y una mujer hasta hacer de su relación un mercadeo.
Veintidos años de amistad y cuarenta y uno de espera, de espera en soledad intentando desvelar poco a poco el secreto tras el que se esconde la huída de su amigo y la pérdida de su amada. Un secreto que por una parte "quema los tejidos de la vida como un rayo maléfico, pero también confiere una tensión, cierto valor a la existencia". Un secreto que le obliga a vivir superando la tentación del suicidio y el deseo de desaparecer. Un secreto que sólo el amigo huido puede desvelarle.
La verdad después del último encuentro queda desvelada, no la verdad de los hechos, de las circunstancias concretas o de los detalles, el cómo, el cuando, el cuanto, el por qué, sino la verdad última de nuestra existencia, la evidencia de que nuestra vida sólo ha tenido un significado y es "el lazo que nos mantuvo unidos a alguien" y una sola ganancia, aquello que ha quedado de ese alguien en nuestros corazones. Y después de la verdad, la tranquilidad y la paz.