Alberto Vázquez-Figueroa es de esos autores que buscan permanentemente la originalidad temática. Para él, no es suficiente con tratar el mismo asunto desde un prisma diferente, sino que el propio asunto debe ser novedoso de por sí. Bajo esta premisa nació en 1980 "Tuareg", una obra que se adentra en uno de los lugares más indescifrables del planeta: el desierto.
"Tuareg" cuenta la historia de Gacel Sayah, un noble perteneciente al minoritario e ignoto pueblo nómada de los tuaregs. El protagonista se verá envuelto en un altercado, en el que uno de sus huéspedes es asesinado a sangre fría, mientras que el otro es secuestrado delante de sus propios ojos. La ira y el honor maltrecho llevarán a Gacel a embarcarse en una emocionante aventura para cobrarse su venganza.
El ritmo de la trama es muy dinámico y estará marcado por la adjetivación. Vázquez-Figueroa emplea con especial acierto calificativos muy sonoros, que desbordan la energía y vitalidad necesarias para una novela de aventuras y se amoldan perfectamente a los acontecimientos: descriptivos y evocadores en momentos de pausa, cuando los personajes observan con melancolía el cielo cuajado de estrellas, pero también trepidantes y eléctricos en las escenas de mayor tensión. La pluma de Vázquez-Figueroa se convierte en el metrónomo que marca el compás de la narración.
Destaca también el minucioso nivel de detalle que el autor ofrece de las costumbres de los tuaregs y de las vicisitudes más habituales del día a día en el desierto. Así, territorios inhóspitos, llanuras de extensión infinita y dunas que se sitúan más alá de los confines de lo humanamente conocido son puestos frente al lector con la naturalidad y la certeza de quien las ha visto en primera línea, de quien ha sufrido las adversidades como cualquier otro tuareg y de quien ha dedicado largas horas de su vida y carrera profesional a un estudio minucioso. Y quién sabe si, en alguna ocasión, también logró visitar sus campamentos.
Las acciones de la novela estarán guiadas por un elemento común: el orgullo, tanto el honor mancillado de un hombre que busca hacer cumplir las leyes del desierto— basadas en el “ojo por ojo” y en “comer o ser comido”— como la dignidad que otorga el poder, sustentada en un constante anhelo por el ascenso militar y caracterizada, a la postre, por un sentimiento de superioridad sobre el común de los mortales. La novela enseña que cualquiera de estos dos “orgullos” siempre acarrea derramamiento de sangre. La elección reside en si merece la pena curarlo, vertiendo alcohol sobre una reputación herida para que cauterice lo antes posible o, por el contrario, ignorarlo y dejar que el tiempo lo cicatrice, pues siempre habrá algo más importante que un código de honor ético.
A través de estas disyuntivas, el autor aprovecha para mostrar la irrisoria línea que separa lo justo de lo injusto, lo correcto de lo inmoral y la crueldad de la misericordia. Solo esforzándonos por ponernos en la piel de los tuaregs, vistiendo sus ropas y sosteniendo las riendas de sus camellos podremos comprender su complejísima visión de la vida y la humanidad que, a su modo de entendimiento y con innumerables matices, constituye un punto de vista razonable. Quizá, mucho más razonable que el nuestro.
Así es "Tuareg". Una novela corta y entretenida, que recupera el antiguo gusto por la literatura épica y sumerge al lector en las profundidades de un universo desconocido, habitado por un pueblo desconocido, pero movido por motivos en absoluto desconocidos. Cuáles son y en qué se asemejan a los nuestros ya es harina de otro costal.