"Esa manera de improvisar, de seguir los impulsos, por una parte me ponía frenética, pero por otra respondía a mi naturaleza más profunda. La aventura. En toda su plenitud".
Marta siempre tuvo miedo a perder el control. Su trabajo en la revista le ofrecía cierta tranquilidad económica y su matrimonio con
Juan, aunque era evidente que había pasado por mejores momentos, le proporcionaba el mínimo de estabilidad sentimental que necesitaba. Siendo sincera consigo misma, tenía que reconocer que las rutinas de su vida programada causaban un efecto reconfortante en ella, le hacían sentirse protegida. Así al menos había sido hasta ahora. La fórmula basada en el miedo y la contención le había sido útil hasta el momento en que Marta empezó a perder el control de las riendas de su vida. Y la culpa tenía nombre masculino y olía a peligro.
Todo empezó en la fiesta que ofreció su editor en Guadalajara con motivo de su cincuenta cumpleaños. El lugar escogido era la residencia de su "vecinoelaventurero", un hombre "seductor, galante, viajero,
aventurero en todos los sentidos", que dominaba el arte de la conquista a la perfección. Se llamaba
Alberto y era el arquetipo del "hombrequetevuelveloca".
La tentación, que era demasiado fuerte, supo aprovechar el momento de flaqueza que atravesaba
Marta para ganar la batalla y la condujo directamente a los brazos de este seductor experimentado. Su matrimonio se rompía, su trabajo en la revista se tambaleaba y su proyecto de escritura de su próxima novela no llegaba a arrancar. Todo lo que hasta entonces había conformado la vida de Marta se desmoronaba, mientras ella asistía a un renacimiento de su sensualidad, a una nueva existencia de lujos, glamour en tiempos de crisis y disfrute de los sentidos que la arrastraba por un camino que su conciencia nunca antes le había permitido recorrer.
Cada día con
Alberto era una aventura, en todos los aspectos. Todo era nuevo, emocionante e imprevisible. El mundo se les quedaba pequeño y, del mismo modo que hoy estaban en Madrid, mañana podrían estar en Londres o Estambul. Viajaban a países exóticos, alternaban con la alta sociedad, asistían a fiestas exclusivas y se alojaban en lujosos hoteles o en las sofisticadas mansiones de amigos suyos. Vivían al día, sin planes, sin problemas, como lo haría una pareja en su luna de miel. La atracción que sentía por este hombre que "nunca demostraba sus emociones y que siempre estaba a un centímetro de poder agarrarlo" era innegable, aunque también lo era la sensación de vértigo que revolvía el estómago de
Marta y que le obligaba a estar siempre alerta, temiendo que el encantamiento pudiera romperse en cualquier momento e hiciera que Alberto desapareciera de su lado para siempre. No tuvo en cuenta que la mentira puede convertirse en un vicio y que muchas veces las cosas no son lo que parecen. Estaba atrapada en una relación adictiva, un cuento de hadas del que no podía ni quería despertar.