"Casi todos los domingos, almuerzo y ceno solo, e inevitáblemente me pongo melancólico. ¿Qué he hecho de mi vida?"
Este fragmento pertenece al diario personal de Martín Santomé, un hombre viudo que reside en Montevideo. Trabaja en el área de finanzas de una compañía de repuestos y a sus 49 años se encuentra a punto de jubilarse. Su esposa Isabel murió hace ya muchos años y desde entonces Martín se limita a continuar con su existencia gris de individuo de clase media.
Sin ilusiones, sin perspectivas de futuro, va agotando las horas con sus rutinas cotidianas: de casa a la oficina, de la oficina a casa y tomarse un café de vez en cuando como única vía de escape. Para colmo, la relación que mantiene con sus tres hijos no es satisfactoria. Martín Santomé es un hombre que se encuentra solo, que ni siquiera aspira a ser feliz porque se ha resignado a una monótona vida sin satisfacciones.
Poco a poco y sin esperárselo se va abriendo todo un mundo de esperanza ante los ojos de Martín. Aparece en su vida Laura Avellaneda, una nueva empleada en su empresa de 24 años, con la que inicia una relación amorosa que se va convirtiendo cada vez en algo más serio y profundo, tanto que Martín decide pedirle matrimonio.
Pero, ¿qué sería de Martín Santomé si Avellaneda desapareciera? Volvería a sus rutinas, a su vida sin ilusión, a su aburrida y vacía existencia. Volvería a ser un hombre resignado a la infelicidad.
Mario Benedetti cuenta en "La tregua" una historia que en cierto modo es también la de la mayoría de nosotros, los integrantes de la clase media. Nos demos cuenta o no, estamos atrapados en una vida esclavizada por el trabajo y dedicada en su mayor parte a él. En los casos más graves, algunas personas se han institucionalizado y, ante su tiempo de ocio, llegan a escoger trabajar porque no conocen otra cosa en la que gastar su tiempo. A pesar de estar rodeados de gente la soledad y la incomunicación es una de las enfermedades de la sociedad actual. El amor puede ser una tabla de salvación a la que agarrarnos, pero ¿es conveniente fundamentar sólo en él toda nuestra vida? Y lo más importante, ¿tiene algún sentido todo esto?
Ante esta perspectiva, ¿es posible ser feliz? Quizás sí, aunque sólo en ocasiones. En momentos en que nos emocionamos con una ilusión, planeamos un proyecto o nos apasionamos con un deseo. Y aunque al final resulte ser un espejismo al menos nos habrá servido para gozar de una tregua entre la apatía y el desánimo.