"Sin noticias de Gurb" lo cambió todo. Desde su publicación por entregas en un periódico, Eduardo Mendoza y el ingenio que destilaba su obra fueron comparados con los grandes literatos contemporáneos. Como hombre culto, el catalán decidió aprovechar la oportunidad que le brindaba el oficio de escritor para hacer públicos sus pensamientos. No los más hondos, pero sí los más críticos. Así vio la luz la trilogía que protagoniza Rufo Batalla.
"Transbordo en Moscú" es la tercera y última entrega de la serie. Retoma la historia de Rufo desde su boda con Carol, una joven criada entre algodones, y narra los problemas que subyacen a este tipo de enlaces. Además de la vida conyugal, también se relatan las andanzas del protagonista en calidad de agente secreto por distintos lugares del planeta.
No podría decirse que el libro sea narrativo como tal, sino que se asemeja a una suerte de ensayo novelado. Mendoza vierte en cada una de las páginas sus opiniones acerca de un amplísimo abanico de temas, que discurren entre lo más trivial –como la importancia del té– y lo más polémico –como los valores del comunismo, el arte moderno o el individualismo americano.
Para aligerar la sobredosis de información, el autor emplea un sentido del humor sincero e irónico al mismo tiempo. Se incita al lector a que ría con nostalgia, vergüenza y amargura. No se trata de infundir optimismo sino todo lo contrario: se busca arrancar una carcajada para olvidar durante una fracción de segundo nuestra dura condición. O, lo que es lo mismo, reírse por no llorar.
"Transbordo en Moscú" es también una oda al intelectualismo. Mendoza levanta dos pilares sobre los que debe sustentarse la mente de toda persona: la lectura y los viajes. Por un lado, leer es indispensable para forjar nuestro propio criterio sobre lo que nos rodea y así desmantelar los puntos de vista vacíos de fundamento. Solo leyendo podremos desentrañar la verdad que se esconde detrás de tantas palabras sonoras y rimbombantes. Viajar, por otro lado, nos permitirá apreciar con nuestros propios ojos lo que hasta entonces solo habíamos aprendido en un trozo de papel.
La moraleja del libro es pesimista, comparable a un largo suspiro de resignación. Hay cosas que nunca cambiarán su curso y el paso de los años, lejos de hacer que soplen vientos de progreso, solo contribuye a afianzar nuestra primera impresión. El mundo continuará siendo desconfiado, parasitario e interesado y nosotros nos tornaremos egoístas, mezquinos e inflexibles. Los ricos, a pesar de la exquisita educación que hayan recibido, nunca podrán evitar contemplar al resto por encima del hombro. Y cuando alcancemos el culmen de la madurez nos daremos cuenta de que todo eso siempre estuvo ahí, pero fuimos incapaz de verlo mientras éramos jóvenes.
"Transbordo en Moscú" es un libro derrotista, pero ameno y de lectura rápida que nos ayudará a analizar en perspectiva muchas cuestiones actuales desde ángulos que antes creíamos impensables. Con un sentido del humor ácido y memorable, es la novela perfecta para regalar a los defensores más acérrimos de la cultura general y la difusión de conocimiento académico.