Torpe, del latín turpis: feo, deforme, indecoroso, ruin, infame. La semántica, como el ser humano, en ocasiones al menos, evoluciona y cambia; con el tiempo el significado más común de torpe ha pasado a ser poco hábil, motivo por el que Makoto elegirá dicho adjetivo para calificarse. Quizá, como la semántica de torpe, el protagonista y autor de este cómic haya cambiado con el paso del tiempo y ya no lo sea, pero ¿importaría eso?
Pavese dijo: “Serás amado el día en que puedas mostrar tu debilidad sin que el otro se sirva de esto para afirmar su fuerza”. ¿Incluso por ti mismo?
Makoto Abe es un hombre de mediana edad algo patoso y debilucho que trabaja en publicidad y dibuja, aunque lleva mucho tiempo sin hacerlo… un autor que en un momento de fragilidad echará la vista atrás para recordar a su padre a la vez que decide hacer una remembranza a través del cómic de lo que fue su niñez y su relación con él (Akira), abarcando desde su más tierna infancia hasta el fallecimiento de este en su adolescencia.
“Torpe de nacimiento. Mientras repetía esa frase me vino a la mente otra persona a la que le venía como anillo al dedo. Mi padre”. A pesar de lo que pueda dar a entender este pensamiento Makoto recuerda y habla de su padre con mucho más amor del que se reserva para él. Sin nostalgia pero con infinita ternura nos presenta a un hombre que camina ágilmente por la vida con pantalones bombachos hechos a medida, ideas claras y sonrisa perenne, un sentido del humor inagotable y una actitud positiva que contrasta con la negatividad de su pequeño hijo, desmañado y enfermizo, al que apoya y acompaña siempre.
El mangaka Yaro Abe se desnuda (o, como su padre en la ficción, se queda en calzoncillos) ante nosotros para dibujarnos su infancia, época de dudas, experiencias y descubrimientos, de incertidumbres y certezas, de amor y miedo, de vergüenza y valor, de retos y arrepentimientos, de abejas, pantalones cortos, bicis, postes, shogi, carreras, amigos y desenamoramientos, de niños “blandengues” y Hombres de verdad.
De vida, crecimiento, pero también de enfermedad y muerte. ¿Vale la pena vivir bajo tierra, enterrado, sin compartir tu vida con nadie, para no sufrir por su muerte? (“La muerte de una persona es más dolorosa cuantos más momentos felices has vivido con ella”.) ¿Y todo el sufrimiento que genera el hacer algo que te gusta pero que podría resultar peligroso para los demás? Y… “¿Por qué me opuse con tanto ahínco si yo quería a mi padre?”. Preguntas, con respuesta o sin ella, experiencias, que conformarán su yo y le ayudarán a entender(se), encontrar(se), perder(se).
Yaro Abe (Japón, 1963), como autor completo, se ocupa de guión y dibujo en este manga en blanco y negro con temática gekiga en el que se aprecia el denominado efecto máscara, la combinación gráfica de unos personajes caricaturescos con un entorno realista. Su dibujo es tan dulce como expresivo en su sencillez y la historia discurre a través de pequeños capítulos compuestos de viñetas, desiguales e irregulares en número y distribución, que responden a las necesidades narrativas. Yu Takita será su autor favorito cuando comience a dibujar y citará a Yoshiharu Tsuge entre sus principales influencias.
Abe estudia en la Universidad de Waseda donde integra el club de manga. Trabaja durante casi veinte años en publicidad y acaba debutando como mangaka a los 41 años, tras haber ganado el premio Shogakukan al nuevo talento en 2003. Es autor, entre otras obras, de la serie "La cantina de medianoche" (superventas en Japón y adaptada a tv) publicada en España por Astiberri, al igual que el manga que nos ocupa. Cantina que, por cierto, cuenta con una aparición estelar y sobrenatural en este cómic, un guiño de licencias maravillosas.
Es un privilegio poder asistir a una narración tan íntima sobre una relación paternofilial de tintes autobiográficos. Un cómic tan bello, tierno y con tanto sentido del humor que no puedo acabar sin hacer referencia a una de las cosas preferidas del padre de Makoto, preferidas por reiteradas y celebradas, los pedos. No es un haiku, es parte de un poema escrito por Quevedo pero que bien podría haber firmado Akira:
“[…] el pedo es un pedo,
con cuerpo de aire y corazón de viento
el pedo es como un alma en pena
que a veces sopla, que a veces truena
es como el agua que se desliza
con mucha fuerza, con mucha prisa.”
Un soplo de aire fresco. Maravilloso.