«La memoria del corazón elimina los malos recuerdos
y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio,
logramos sobrellevar el pasado».
Gabriel García Márquez.
Pasamos la vida acumulando instantes en nuestra memoria. Instantes que intentamos atesorar hasta que inevitablemente se funden en un amasijo equiparable al Guernica de Picasso, cuyos detalles parecen difuminarse con cada día que pasa. También hay instantes que no elegimos retener, pero que aun así perduran, inmaculados, en lo más profundo de nuestro subconsciente, como una vieja lesión que se manifiesta en el momento menos esperado. Estos últimos son los que nos marcan para siempre; los que con su peso curvan nuestra espina a medida que nos adentramos en la vejez; los que afloran en la soledad o en los momentos difíciles y, muy seguramente, los que evocará nuestra mente con los últimos suspiros. «La memoria es tan frágil, tan poca cosa, que apenas recuerda lo que quiere». Ahora bien, está en nuestras manos atender esa herida o dejar que la infección nos carcoma la carne desde dentro. Hay quienes intentan reparar la memoria escribiendo, otros viajando e, incluso, bailando o, como en este caso, haciendo todo a la vez.
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Tocando lejos" es la primera novela de
Inma Villanueva Ayala (Arriate, 1966), cuyo estilo combina lo mejor de la tradición literaria española con el realismo mágico latinoamericano, dedicando uno que otro guiño a Gabo y sus "
Cien años de soledad". Gracias a una narrativa particularmente precisa que envuelve al público en el detalle, la autora logra sumergirnos dentro de coloridos paisajes en compañía de personajes cautivadores con los cuales resulta inevitable no crear un vínculo. Ulises el marinero de agua dulce, Dora y su estrepitosa risa, «Carmencita» Iznaga que llevaba la música en la sangre, cada uno tan entrañable como su propia historia.
Los breves capítulos que conforman la novela —30 en total— van desfilando ante nosotros junto con los recuerdos de la protagonista, quien parece estar observándolos a través de un visor estereoscópico dentro del cual gira un disco con las pequeñas imágenes en miniatura, tal y como lo hace el tiempo mismo…
Una isla lejana, rodeada por un mar de memorias dentro de la mente de la protagonista. Tal vez
Cuba tenía que ver con ella mucho más de lo que podía imaginar. Recorriendo las calles de
La Habana entre elegantes máquinas humeantes que transportan a los turistas a un tiempo extinto, así inicia este viaje retrospectivo donde al compás de la música y el vaivén de las olas asoma la nostalgia de la niñez. Empujada a este viaje por
Stefan, su pareja, bajo la excusa de que había que visitar la isla antes de que el comandante muriese, esta mujer de treinta y cinco años va dejándose envolver por la magia de los sublimes paisajes, la blanca sonrisa enmarcada por rostros tan negros como el ébano y la prodigiosa voz heredada de los esclavos africanos.
Inma Villanueva logra construir una atmósfera que hace justicia a la verdadera riqueza de la isla, por lo que el desarrollo de la trama se ve marcado por el ritmo del Bolero, el Son, el Chachachá y la Charanga. Tonadas que han llegado hasta la sierra malagueña y que ahora la protagonista escucha, entre casas que se caen a pedazos y balcones asesinos, de la garganta de Severino, la mejor voz de La Habana Vieja, para quien no es un problema seducirla delante de su marido. La elegancia y los grandes ojos de aquel cantante, cuya edad podría ser la de su padre, logran atraparla en un embelesamiento frenético, tan intenso como fugaz; uno de esos que solo algunos cuantos han tenido el placer de padecer.
A pesar de la intimidad con que se detallan las experiencias, la autora opta por no revelar la identidad de la protagonista, a quien Severino se dirige tiernamente como «
Nené», lo que para ella puede significar un resarcimiento afectivo proveniente de aquella paternal figura. ¿Una manera de afrontar el duelo? o, acaso, ¿un refugio ante el carácter impasible de Stefan? En fin, un lugar donde el tiempo se dilata y se dobla, convirtiéndose en el escenario ideal para perderse y encontrar aquello que no se tenía consciencia de haber perdido.